El singular entramado de los hilos caracteriza al telar de Yaruquíes. Allí se tejen ponchos multicolores hechos con lana de borrego, que se consideran el ícono cultural de esa parroquia, situada a cinco minutos de Riobamba, en Chimborazo.
Los ponchos que se entregan en las jochas, por las fiestas de la Mama Negra, se confeccionan en Saquisilí y en Latacunga. La prenda del chagra e indígena de Cotopaxi se otorga como una especie de invitación formal, para que la gente participe en la tradicional celebración de Latacunga.
Los ponchos tejidos por el artesano más anciano de la comunidad Cacha Obraje, a 40 minutos de Riobamba, se consideran una obra de arte.
Los jóvenes de la parroquia Kisapincha están dejando de utilizar su vestimenta autóctona. El poncho de color rojo, sombrero de paño, camisa y pantalón blanco son reemplazados por pantalones de tela jean, camisetas, chompas o gruesos suéteres para protegerse del intenso frío de los páramos del occidente de Ambato.
El poncho dejó de ser exclusivo de las abuelas. Esta prenda tan reconfortante ha sido retomada por grandes diseñadores en las pasarelas internacionales y con el auge de la moda setentera, cobró aún más fuerza. Recuerda esa forma de vestir descomplicada, en la que se usaban estampados geométricos y con referencias étnicas.
El color del poncho identifica a los indígenas de cada uno de los cuatro pueblos de Tungurahua. La prenda representa un valor significativo en lo religioso, cultural, social y político. La vestimenta puede ser elaborada con la lana de borrego e hilo.
Miguel Pineda lleva tejiendo ponchos de lana de oveja desde hace medio siglo. El artesano, de 66 años, utiliza un telar manual, que heredó de José Antonio Córdova, su abuelo materno.
Los ritos del tejido y el pisoteo del poncho de los habitantes de la comunidad indígena Salasaka se iniciaron el sábado 24 de octubre del 2015. El culto está en manos de los hombres de esta población, localizada a 12 kilómetros de Ambato, en Tungurahua. La actividad concluye luego de 12 horas de pisoteo y remojo en agua hirviendo.
La confección de los ponchos que identifican a los habitantes de las comunidades indígenas Salasaca y Chibuleo, en Tungurahua, está en las manos de los últimos siete artesanos. Ellos mantienen la tradición de tejer por más de 150 años.