Aline Molina ingresó a las instalaciones de Love to Pole Kids Quito, se quitó los zapatos y en cuestión de segundos saludó a su maestra, Teresa Navarrete, desde lo alto de una barra vertical que alcanza los 3 metros de altura.
David Tapia coloca sus dos manos por detrás de su cabeza, sujeta un tubo de metal e impulsado por sus pies asciende lentamente por la estructura que caracteriza al pole fitness, una disciplina mixta en la que participan hombres y mujeres. Lo hace alineando su cuerpo de forma horizontal, hasta que su cabeza roza la viga que sostiene al tubo, también llamado caño o barra.
Popularmente conocido como 'baile del tubo', el pole dance es considerado un ejercicio integral. Una disciplina que, al igual que otras ramas deportivas, requiere de disciplina y tenacidad. A través de este deporte se tonifican brazos, piernas y abdomen. En Quito, cada vez son más los hombres que se interesan por los beneficios físicos de esta práctica.
Cuando Carolina Hidalgo se enteró que iba a ser madre supo que el cuarto que ocupaba su ‘pole’ por ya un tiempo tendría que ser ocupado por su bebé. Fue toda una decisión, sin embargo, llegó el día en el que el tubo de ‘pole dance’ fue vendido y en su lugar llegó una cuna, una cenefa de flores y luces de perritos. Lo único que conservó de este espacio de ‘pole’ fue el equipo de música que hoy disfruta Luciana, su hija que cumplirá cuatro meses un día antes al de la Madre.
¿Dónde van a colocar las jabas de cerveza si no hay mesas? ¡Y las sillas! ¿Desde dónde vamos a ver el ‘show’ de las chicas ? Los curiosos no dejaron de preguntar al darse cuenta que se instalaban, en el pequeño local, luces de colores, espejos del tamaño de las paredes y sobre todo tubos de baile entre el techo y el piso. Tanlly Vera y Belén García, las administradoras del lugar, contestaron a todos los hombres mirándoles a los ojos; sin prisa, sonriendo, que “no es un ‘night club’. Esto es una escuela de ‘pole dance’ (la primera en Santo Domingo)”. Todavía no se compara con las de Quito o Guayaquil, que son las de mayor trayectoria. La tsáchila lleva apenas cuatro meses, pero ya tiene 45 seguidoras. Cada clase dura 60 minutos y comienza con un calentamiento que pone a prueba la resistencia de brazos y piernas. Karol Benalcázar, de 14 años, lo sabe. “Luego de la primera clase, no pude ni caminar. Me dolía hasta el último músculo al día siguiente. Es un ejercicio muy exigente y duro”. P