El pasado domingo celebramos el Día del Padre. Nuevamente el sentimiento y el mercado nos convocaron a una jornada conmemorativa de nuestro calendario. Una semana después, tengo la oportunidad de centrar el foco en el tema y de escribir al respecto.
Cierto que la jornada no tiene ni el perfil ni la intensidad que rodea al Día de la Madre, pero, sin duda, es una oportunidad para expresar nuestras emociones y para hacer alguna reflexión que nos ayude a vivir las relaciones familiares con mayor hondura. Entiendo que ser padre (más allá de lo biológico) no debe de ser fácil. Y menos en estos tiempos, en que la educación de los hijos se ha convertido en un desafío de peso… Cuando yo era niño, el mundo que rodeaba mi infancia era un mundo coherente, de mensajes concordantes. Casi todo lo que socializábamos pasaba por el tamiz del hogar y de la familia. La escuela, los medios de comunicación, la calle, los amigos… todos participábamos de esa coherencia. Hoy, los jóvenes y adolescentes, incluso los niños, reciben mensajes contradictorios que ofrecen valores y antivalores, en una mezcla que no siempre estamos en capacidad de discernir. Muchos padres se preguntan, ¿qué pueden hacer ante este bombardeo de imágenes, palabras y sentimientos?…
Y, sin embargo, o quizá precisamente por ello, la figura paterna se vuelve fundamental en este mercado de emociones reales y virtuales. Si algo se necesitan hoy los jóvenes son referencias claras de identidad, de pertenencia, de principios éticos, de valores cotidianos, de prácticas justas y solidarias, más allá de los vaivenes del mercadeo o del simple éxito individual. Nos guste o no, vivimos inmersos en una cultura de la satisfacción inmediata, del consumo compulsivo, de la afirmación por medio de la imagen… Especialmente para los jóvenes no es fácil conjugar algunos verbos, tales como amar, decidir, comprometerse, sacrificarse… ¿Quién puede, de forma privilegiada, centrar la mente y el corazón de los hijos? Evidentemente, los padres y las madres, en la medida en que sepan cuidar lo que aman.
Los padres transmiten a sus hijos lo mejor… y lo peor. No hay que bajar la guardia. Cualquiera puede acomodarse a las exigencias e imposiciones de la cultura, del poder, del ambiente, de una propaganda agresiva y subliminal… Nadie puede pretender dar lo que no tiene. Por eso, hay que cuidar la paternidad, la intensidad de las relaciones, el tiempo que se dedica a los pequeños, la prioridad del hogar y, sobre todo, la coherencia de la vida. ¿Acaso vas a pedir a tu hijo lo que tú no vives, no amas? ¿Podrás decirle que no chupe cuando él es el que te ve borracho? ¿Podrás exigirle comedimiento cuando él es el testigo de tu violencia o grosería? Hoy ya no educan las palabras ni los estereotipos autoritarios… Hoy educa el ejemplo, con altas dosis de amor y lealtad. Decir “dado” significa “comunicado”, “compartido”, desde los postulados no del poder sino de la autoridad moral que te define como persona y como padre.