Cada raza, etnia, cultura o sociedad tiene sus rasgos específicos que la distingue; que la perpetúa y la hace única. Todo conglomerado humano -grande o chico- tiene, asimismo, sus símbolos particulares, sus tótems, sus plantas milagrosas. Sus cosmovisiones propias. Sus cielos y sus infiernos. Una de esas reliquias y una de esas panaceas son, precisamente, las piedras basales en las que se asienta la novela de Ney Yépez.