Mañana se cumplirán 20 años de la caída del muro de Berlín. Más que esa arquetípica pieza de arquitectura neodantesca, recordamos las implicaciones profundas que trajo para el mundo este acontecimiento. Para empezar, se terminó el mundo dividido en dos esferas de influencia: la del Este y la del Oeste y el reino de dos estados temidos y -hasta entonces- considerados todopoderosos, que redujeron el mundo a un aborrecible blanco y negro, donde los unos consideraban malos a los otros y viceversa. Es redundante decir que toda la arquitectura de seguridad, defensa militar e inteligencia seguía religiosamente estos patrones y, en la práctica, esa guerra se convirtió en una verdadera religión. Las cruzadas del siglo XX entonces consistían en armar movimientos de liberación nacional para liberar a los pueblos de la dominación capitalista y, por el contrario, armar contrarrevoluciones para detener “el monstruo del comunismo soviético o chino”, según fuera el caso.
En ese entonces, lo mejor que pudieron hacer los países no desarrollados fue crear el Movimiento de los No Alineados. Es decir, declararse “libres” de las cadenas de la religión bipolar reinante hasta ese entonces. Este grupo fue lo mejor que dio la Guerra Fría, que -en síntesis- reivindicaba su capacidad de escoger su propio modelo de desarrollo, de tener una libre competencia y lucha política (con todos sus matices), de caminar su propia senda en la política internacional, sin que uno u otro bando se sintiera amenazado o comprometido por esa actuación. En síntesis, eran países que reivindicaban a ultranza su autonomía y su derecho a la autodeterminación. Fueron más allá: el orden bipolar les presentó el escenario perfecto para hablar de las condiciones estructurales del subdesarrollo y de la responsabilidad compartida de los industrializados. Se atrevieron a proponer cambiar el mundo y sobre todo, cambiar el orden económico internacional. En medio de la batalla campal Este-Oeste, los No-Alineados recordaron que había una batalla más importante: la de Norte-Sur, la de la pobreza, el atraso y el subdesarrollo.
Tras el fin de la Guerra Fría, los No Alineados bajaron la guardia, creyeron que bastaba estar fuera del puño de hierro de las dos potencias para crecer y desarrollarse, y la pobreza quedó aceptada como mal estructural causado por países poco aperturistas.
No obstante, la libertad de buscar el destino que a cada país convenga fue una ganancia. Ahora hay países emergentes que no han tenido miedo a industrializarse, hay países pobres que siguen dándose la vuelta en el propio terreno, hay países ricos con serios problemas sociales. No hay todavía un mundo multipolar, pero 20 años después hay libertad para pensar en las más diversas y complejas maneras y no alinearse religiosamente con la primera potencia que dice ser el camino…