Los muertos

Estamos a pocos días para que se cumpla un año de la perturbación laboral ocurrida en el Regimiento Quito, acontecimiento que quedará para la historia con el apelativo de 30-S.

El Ecuador en su conjunto pudo observar los acontecimientos, en vivo y en directo, por TV. Los ciudadanos espectadores siguieron cada peripecia. La disposición gubernamental estableció la información única y se tapó, se obstaculizó cualquier otra mirada de un trance que partió el momento histórico.

Bajo el manto de la rudeza de las incidencias los ciudadanos pudieron seguir el desenlace con aturdimiento, desconcierto y estupor. Enganchados a los noticieros especiales, que lograron liberarse de la cadena oficial, los ecuatorianos vimos, a la hora estelar de la televisión cómo moría un soldado en el absurdo de la imprudencia, audacia e insubordinación de diversos actores de este cruento motín laboral.

El oficialismo ha destinado todos sus recursos, esfuerzos, talento y creatividad a fundar una opinión favorable a su juicio sobre lo ocurrido. La historia la escriben los triunfadores, se expresa como un lugar común. Pues bien, el Gobierno durante un año ha buscado todo medio para imponer, para escribir su verdad.

Sorprende que hasta el momento nadie dice cuántos muertos exactamente provocó la precipitación y el atolondramiento. No existe cifra certera. No nos dicen los nombres y apellidos de todos los mártires de la refriega. ¿Dónde está la lista completa? Ese número y esos nombres finalmente agobiarán las conciencias y espíritus del o los responsables del absurdo.

Mal hacen los opositores en convocar a plantones y movilizaciones saturadas de vanidades y egolatrías. Esas energías deberían destinarse, más bien, a descubrir el número y nombres de los muertos. Ahí deben haber quedado familias anónimas -esposas e hijos- cargados de padecimiento y desolación. ¿Cuántos son? ¿Cómo se llaman?

Ante una trifulca tan excepcional no es posible que no quede para la historia un testimonio categórico y lapidario. Frente al esfuerzo por distorsionar los hechos no es posible que se borren a los muertos. El dolor de las familias no puede ser arrinconado y escondido. La historia debe reivindicar a los caídos. Ya se baldeó y barrió toda evidencia, se lo hizo al día siguiente. El recuerdo y memoria de las víctimas no puede ser barrido por la indolencia.

Una citación austera y solemne para colocar en la pared externa del Regimiento Quito una gran placa en memoria de los caídos (nombres y apellidos) tendría un sustancial valor para la historia. Quedará en ese reconocimiento la bofetada fidedigna de un episodio que todos lo vimos, y que por los intereses de la política y del poder, durante un año, se ha pretendido estrujar, manipular y barajar en dirección de los actores y escribanos de la historia.

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