Dos muertes

La muerte de Ariel Sharon dio lugar a dos reacciones opuestas: Israel organizó un funeral de Estado y le rindió los más altos honores como cofundador del Estado judío. En Palestina, su deceso fue celebrado como la desaparición de un “criminal”.

Sharon sirvió a su país como militar, Ministro de Defensa y Primer Ministro. Duro e intransigente, acostumbraba buscar la solución de los problemas mediante el uso de la fuerza aplicada con una voluntad férrea. Fue acusado de organizar o facilitar las tragedias de Sabra y Chatila, en las que murieron decenas de niños y mujeres, en territorio libanés. En 2005 resolvió desocupar la Franja de Gaza, lo que muchos israelitas no le perdonaron nunca. Las conversaciones de paz entre Israel y Palestina sufrieron un grave quebranto en su Gobierno, época en la que decidió construir un muro para separar a Israel de las tierras palestinas. Sharon fue un héroe y un líder para su pueblo.

La muerte de Nelson Mandela, en cambio, produjo una sola reacción: la humanidad se vistió de luto y consideró su desaparición como una pérdida para todos. Los más altos dignatarios del mundo se dieron cita en Sudáfrica para rendirle un postrer homenaje. Jurista de profesión, Mandela sufrió en carne propia los rigores del apartheid, estuvo preso más de 27 años y, en lugar de salir con el espíritu deformado por venganzas u odios, respiró la libertad para vivir el perdón, la reconciliación y la armonía basadas en el diálogo y el respeto a todos.

Gracias a su entereza, persistencia y sacrificio, obtuvo que se aboliera la criminal política del apartheid. Sobre tales bases trabajó, como Presidente, para orientar el proceso de creación de una nueva sociedad sudafricana y dio un ejemplo válido para todos los países y todas las épocas. Consideró, acertadamente, que para conferir viabilidad y asegurar el futuro del nuevo Estado sudafricano había que estructurarlo como una sociedad unitaria y fraterna. Emprendió la gigantesca tarea de afrontar los desafíos del desarrollo e implantar la justicia social en un Estado convulsionado por las divisiones internas, respetando los derechos de todos, sin exclusiones ni anhelos de alimentar a unos con pan y a otros con indignidad. Fue un líder para toda la humanidad.

No siempre es bueno comparar las vidas de los líderes, puesto que para juzgarlos hay que considerar sus palabras y sus obras, pero también los factores que, bien o mal, influyeron en su conducta. “El hombre y su circunstancia” diría Ortega y Gasset. Pero cuando se trata de extraer lecciones útiles para las sociedades y sus integrantes, pueden justificarse tales comparaciones y, más aún, volverse imperativas como ejercicio de pedagogía general.
Paz en las tumbas del inmortal Mandela, guía universal, y del exprimer ministro Sharon, héroe nacional de Israel.

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