¿Solo otra muerte?

Hoy se cumple un mes del atropellamiento y muerte del ciclista Sebastián Muñoz, a quien no conocí. Había leído en un par de ocasiones sobre el colectivo del que formaba parte ("Andando en Bici Carajo"). La noticia me conmovió, como suele pasar con la muerte de personas que hacen lo que uno hace: se la siente más cercana, como si fuese la de un ser querido.

Su muerte está cargada de simbolismo: era un activista del ciclismo urbano, promovía la bicicleta como un medio de transporte, murió mientras iba a su casa en bicicleta -en la madrugada- atropellado por un vehículo que circulaba, según los cálculos realizados, a más de 170 km/h, en una zona que tiene como límite 50 km/h. Su asesino huyó y el hecho sigue en la impunidad; un evento que dice mucho de nosotros como sociedad, nuestra relación con los otros, con las leyes y sobre el funcionamiento de las instituciones encargadas de asegurar su cumplimiento.

Me parecía -y me parece- muy grave que la cárcel sea la respuesta al exceso de velocidad en un país que constitucionalmente había establecido que el derecho penal es de uso excepcional, pero hechos como los relatados dejan en claro que en ciertos márgenes ese exceso es una negligencia asesina; lamentablemente, luego de algunos meses de vigencia de esta medida, parece inútil diferenciar entre un exceso moderado de velocidad y la negligencia criminal: las sanciones por superar los límites se aplican tan marginalmente que se han vuelto ineficaces.

Para que el derecho sea tomado en serio debe ser justo y eficaz. En temas de tránsito la posibilidad de ser sancionados por el uso del celular, estacionar en lugares prohibidos, circular por el carril izquierdo o respetar el límite de velocidad son mínimos, casi una excepción, Así se confirma un imaginario social, las reglas las cumplen los ingenuos y despistados; los avezados, los vivos, los que entienden cómo funcionan las cosas no lo hacen: se sienten inmunes. ¿A cuántos de nosotros nos ha pasado que al hacerle notar a alguien que hizo algo prohibido recibimos como respuesta insultos? En un mundo ideal se esperaría que las personas cooperen para lograr una mejor calidad de vida, que no se requiera de reglas y sanciones, que conduzcamos prudentemente porque cuidamos nuestra vida y la vida de los otros, pero esto no es así. Los letreros con el límite de velocidad son testigos inertes de cientos de vehículos que pasan a velocidades muy superiores al límite fijado, son recordatorios claros de esta ineficacia normativa e incompetencia institucional.

La bicicleta es un vehículo, además de un juguete y un equipo deportivo, los ciclistas tienen derechos y obligaciones cuando circulan por las vías; la pérdida de Sebastián nos recordó nuestra fragilidad, esperemos que su muerte trascienda a los discursos de las autoridades y que con el tiempo no se vuelva solo una estadística.

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