Que el cine ecuatoriano es un proceso y que toda cinta producida en los últimos siete años refleja una etapa del mismo ya no puede ser un argumento para contemplar las producciones con ojo concesivo; de continuar haciéndolo perdemos todos (tras las cámaras, en pantallas, en las butacas, en los órganos de gestión, en la reflexión), aunque crezca la cantidad de filmes ecuatorianos.