La celebración de la Santa Misa o Eucaristía como también se llama, tiene entre muchas de sus razones de ser, el que los fieles asistan a la iglesia en busca de paz, oración y un encuentro personal con Dios.
Esto naturalmente requiere de una profunda concentración y recogimiento sin factores extraños que lo impidan. Pero, de un tiempo a esta parte, la misa se ha convertido en un espectáculo lleno de música estrepitosa, altoparlantes, guitarras eléctricas, aplausos, cantatroces, etc., con lo cual lo que se consigue es poner a Dios en un segundo plano, distraer al asistente y por qué no decirlo, causarle una molestia impidiendo el motivo y el objeto de su asistencia a la iglesia.
El Ser Supremo no necesita aplausos ni música estrepitosa sino que sus devotos oren y conversen con él. Sería muy oportuno que las autoridades eclesiásticas dispongan la eliminación de estas manifestaciones mundanas y exageradas para que las misas vuelvan a ser con cánticos apropiados, llenas de devoción y recogimiento y que Dios sea nuevamente el protagonista y la razón principal de nuestra asistencia a la Santa Misa.