La tristemente célebre Texaco no solo contaminó el ambiente. La contaminación fue aún peor. No solo dañó la selva. No solo sus moradores han bebido de las aguas negras y se han enfermado. La contaminación ha sido mayor. Se contaminaron también las personas, pero no solo de cuerpo (cáncer en la Amazonía) sino también, de espíritu: rencillas personales, ambiciones, egos, trampas, estafas, una manera poco transparente de hacer negocios petroleros, hacen parte de las manchas que no se pueden limpiar.
La opinión ciudadana poco importa. No importa a nivel nacional y tampoco a nivel local. Las autoridades son sordas. Y ciegas. Abundan los ejemplos en todas las instancias. No importa la voz ciudadana, cuando hay voz, claro. Lo que importa son los intereses particulares por sobre el bien común, aunque sean con el justificativo de “interés público”, frase construida para la simulación. Ejemplos, sobran, aquí y en la quebrada del ají:
La ciudadanía universal ha durado solamente hasta la llegada de los ciudadanos universales. La libre movilidad ha llegado hasta ahí, hasta donde se ha puesto una muralla. Con la ciudadanía universal y la libre movilidad ha pasado que suenan bonito y que son letra muerta, al igual que muchas otras normas y principios del país.
Estimado lector, ¿se anima a ‘googlear’ y buscar el significado de Sociedad Civil? Según ABC: “Todos aquellos individuos con el título de ciudadanos de una sociedad determinada que actúan de manera colectiva, con el objetivo de tomar decisiones en lo concerniente al ámbito público, por fuera de cualquier tipo de estructura gubernamental”.
Aunque sea trillado aquello de Bertold Brecht que dice: “ Hay hombres que luchan un día y son buenos, otros que luchan un año y son mejores, y los que luchan toda la vida… esos son los imprescindibles”, parece oportuna a la hora de recordar a quienes se ha visto luchar toda la vida, con entrega absoluta a los demás. Gonzalo López Marañón era uno de los de esa especie: los imprescindibles.
Los áulicos y agenciosos funcionarios no han podido, desde el terremoto, adelantarse a su jefe en las visitas por los pueblos afectados. No han podido, en estos días, alzar el tapete para esconder ahí los desperfectos, las basuras y las miserias.
Sesenta segundos bastaron para cambiar el país. 60 segundos, una eternidad. 60 segundos de pánico, de muerte, de oscuridad. 60 segundos para que un padre abrace a su hijo queriendo protegerlo. 60 segundos para buscar a la hija y respirar porque está a salvo. 60 segundos para que todo se vuelva escombros. 60 segundos en los que el corazón late con ansia de vivir. 60 segundos en los que la respiración se agita. 60 segundos para decir te quiero. 60 segundos para la llamada telefónica que no se pudo hacer. 60 segundos para que nadie conteste el teléfono. 60 segundos para que el sueño se vuelva pesadilla. 60 segundos para encomendarse a Dios. 60 minutos para intentar huir. 60 segundos para que las ciudades costeras se vuelvan polvo, escombros que guardan los gritos desesperados de quienes no pudieron escapar y quedaron sepultados en sus propias viviendas. 60 segundos para perderlo todo. 60 segundos en una noche de sábado eterna, desesperante, solitaria, de lágrimas y terror, de silencio y d
Una nueva ruta migratoria se ha abierto por el río Napo. Hace poco, 31 personas de distintas nacionalidades (Senegal, Haití, Cuba, Congo) entraban desde el Perú por esa olvidada frontera selvática, pasaban Nuevo Rocafuerte y llegaban a Coca. No eran los primeros pero sí, el grupo más numeroso. Fueron detenidos sin que hubiera motivo para ello: la migración no es delito en este, el país de la ciudadanía universal.
Parece broma. Pero no lo es. La sentencia a propósito de un juicio que se les siguió a tres personas de nacionalidad waorani por posesión ilegal de armas y municiones, cita a Platón, Feuerbach y Franz Von Lizt. En serio. No es chiste: “el filósofo Platón dice que ninguna persona razonable castiga por el pecado cometido, sino para que no se peque”, cita en alguna parte de la larguísima sentencia, que es algo así como el parto de los montes: muchísimas palabras, unas que incluso carecen de todo sentido (y en las que no se diferencian cosas como ser consciente y estar consciente), escritas sin puntos ni comas como para quitarle el aliento a cualquiera que intente leer de corrido el documento. Y como resultado, un ratón.
El Día de la Mujer, que por cierto, es fecha de recordación de la lucha por los derechos de la mujer trabajadora, coincidió con hechos tremendos que destaparon algunas vergüenzas.
Querido Leonardo Di Caprio: nuestro propio Titanic se hunde. Y no es película. Es serio el asunto. Hemos leído que está interesado en donar tres millones de dólares para la conservación de la Amazonía ecuatoriana.
Esta es una carta abierta. Carta abierta a quien tenga la sensibilidad suficiente para salvar uno de los proyectos sociales más importantes que ha tenido la provincia de Orellana. Casa Paula está a punto de cerrar sus puertas por falta de recursos económicos. Y eso es grave.
Bailan. Sonríen a las cámaras. Se felicitan. Bailan solos, en su trinchera. Se regocijan. Se miran en la pantalla grande. Cantan y cantan a coro. Les gusta cantar y bailar. Aplaudirse. Solazarse. ¿De qué se ríen? ¿Qué festejan? Viene a la mente el poema de Mario Benedetti, hecho canción, sacado ahora del baúl de los recuerdos, tan coreado en las peñas de los años sesenta, cuya letra ya han olvidado quienes están hoy sentados en las mieles del poder y que antes salían a las plazas vestidos de obreros, de estudiantes, de militantes. Valgan estos versos para recordar.
...Y la carroza se convirtió en calabaza. Y Cenicienta volvió a trapear el piso mientras la malvada madrastra se frotaba las manos. La Cenicienta volvió a ser pobre y humilde: el lujo de la carroza y los caballos, el vestido y los zapatos, fueron una fantasía, una ilusión efímera, intensa, pasajera.
Ahí estaba, en la puerta, alta y guapa, vestida de blanco, vendada los ojos, con una balanza en la mano (y un zapato en la cabeza), recordándonos a los presentes que una cosa es lo judicial y otra, la justicia. Ella, la artista vestida de Justicia, no pudo entrar a la sala. Una metáfora de la situación absurda. Un performance oportuno en una de esas tristes salas de audiencia a las que últimamente son tan llamados los periodistas (y caricaturistas, tuiteros, blogueros) como quienes han cometido algún delito.
Que si inversión. Que si gasto. Que si ahorro. Seguramente para definir esas palabras basta acudir a la humilde economía casera y al sentido común. Lo que se ha gastado demás en la fiesta de 15 años o en el bautizo, con comida, disco móvil y con deuda incluida además del chuchaqui que amerita el botar la casa por la ventana, por supuesto, es gasto y no se llama de otra manera. Lindo. Pero gasto.
A los tresaños empezó su tragedia. De ella. Y de sus padres. Una transfusión contaminaría su sangre hace 17 años. De ahí en adelante, sus vidas nunca serían las mismas. Sus padres, haciendo lo posible y parte de lo imposible para que le atiendan a su hija, gastaron lo que tenían y lo que no tenían para pagar sus medicinas. Fiaron al chulco. Sufrieron lo indecible. Su hermano tuvo que dormir varias noches en la calle, pues los padres se debatían entre las medicinas para la niña o el arriendo de un cuarto.
El volcán Cotopaxi, con sus tremores, explosiones y cenizas, se ha convertido en la metáfora del país. País de los volcanes. País de lava y fuego. País de explosiones permanentes. De tremores sabatinos. De lenguas verborrágicas convertidas en lava incandescente, adjetivos calificativos en la retórica del poder.
Dicen los abuelos que quien siembra vientos, cosecha tempestades. Las semillas del encono han sido esparcidas desde hace más de 400 semanas, sistemáticamente y en casi todos los rincones del país. Los simientes del desprecio de unos hacia otros están echados, regados a diario mediante los discursos altisonantes, salpicados de incontinencia verbal y matizados con propaganda, música y fiesta, para disimular.
La gente llegó desde lejos. Madrugó, sin importar ni la repentina lluvia quiteña ni el calor del Guayas. Mucha gente acampó en el parque al que llegó hasta una semana antes, desde todos los rincones, aguantando frío, calor, lluvias de verano, incomodidades.