Una estatua del parque de Chillogallo, sur de Quito, es el símbolo de la valentía del Mariscal Sucre.
En la tumba dedicada al Soldado Desconocido, en el Templo de la Patria, brilla una llama eterna.
El cuidador José Machángara, del panteón de El Tejar, recorre una posible cripta de los héroes.
Las casas de la 24 de Mayo lucen engalanadas con geranios, una flor apreciada en Quito.
La casa colonial Museo de Sucre guarda objetos cotidianos del Mariscal y de su esposa.
Después de 192 años de la Batalla de Pichincha al mariscal Antonio José de Sucre, protagonista central, es posible recordarlo por una ruta, en una ciudad grande que no es ni la sombra de la pequeña urbe de aquellos años de gloria.
Arrancamos por el sur, en el Centro Cívico Mariscal Sucre. Una estatua del militar, cabalgando en su alazán, domina el parque. Repleta de negocios y 20 centros educativos, Chillogallo fue engullida por la urbe.
Cuando se ingresa por un viejo portón de madera todo es silencio. La casona, en la que Sucre planificó la estrategia final con su Estado Mayor y acampó el 22 de mayo de 1822, es colonial, similar a las pocas de la Sierra.
De amplios zaguanes y pilares de recios eucaliptos, los salones, la biblioteca y un auditorio convergen hacia un patio de piedra. La restauración (1975-1979) ocurrió en la Junta Militar. La casa es de fines de 1750, según el bibliotecario Eduardo Luna.
El fondo: 5 800 libros de historia, literatura, ciencias, para primaria y secundaria. Es visitada por niños y jóvenes. En una sala de armas se destacan los quepís (gorros) de combate, bayonetas, uniformes y monturas raídas. A la casa, de aleros y teja, la envuelve un halo sagrado y mítico.
En la cima libertaria
Por la empinada av. Los Libertadores se llega al Templo de la Patria, donde se libró la pelea decisiva. Resaltan los colores cálidos del barrio Libertad : rojos, verdes y rosados.
Cuatro cañones negros se ven en la entrada. Hay una tribuna. Las 23 banderas de las provincias escoltan el gélido corredor central.
Un mural gigante del maestro Kingman, una alegoría de nuestra historia, fue colocado hacia la ciudad que destella.
El templo forma parte de los 25 museos del Ministerio de Defensa. Es el testimonio del teniente coronel (sp) Miguel Luna Riofrío, administrador de la Casa de Sucre.
Luna nombra las cinco salas del templo rectangular, de cielorrasos y media naranja: Sala de la Real Audiencia de Quito, Tumba del Soldado Desconocido (se aprecia un refulgente rostro de Jesús), Sala de Armas (destacan los fusiles ingleses y el machete curvo ‘pico de loro’ que usaban los gurkas; los uniformes originales de los soldados de una veintena de países, de Europa y América, que apoyaron la gesta); Sala de la Batalla de Pichincha (una maqueta da cuenta del combate); Sala de los Libertadores (allí se explica las 33 batallas de Bolívar, libradas durante 22 años).
Las salas son de piedra y cemento. Frías. Pero el visitante se contagia del calor de los héroes de aquí y de otras tierras que dieron su vida.
El colonial Museo Casa de Sucre (Venezuela y Sucre, centro de Quito) es un refugio del leve e intenso amor que forjaron el Mariscal Sucre y su esposa, la Marquesa de Solanda. La pareja se casó en 1828. El amor quedó trunco, porque al Mariscal le mataron en Berruecos en 1830. Al visitar la cocina, los deslumbrantes salones, el dormitorio, el patio andaluz, se percibe el amor de la pareja que trascendió el tiempo.
El bulevar camaleónico
Hasta finales del siglo XIX aún corría agua clara por la quebrada Jerusalén -hoy, el bulevar 24 de Mayo-. El historiador Fernando Jurado Noboa, en su libro inédito ‘De quebrada a regocijo’, dice que Jerusalén marcaba el límite sur de la ciudad. “Más hacia el sur quedaban las propiedades de los herederos del inca Atahualpa y una tibia expansión urbana comenzó alrededor del convento recoleto de San Diego”.
Según Jurado, en el fondo de la quebrada, cuyas aguas bajaban del Pichincha, hubo un auge de molinos para la provisión de granos en la Colonia; también se convirtió en baños públicos; varias casas de La Ronda tenían huertos hacia la quebrada. Uno de los peores momentos: en el siglo XIX se convirtió en basurero público y el agua se enturbió. Por ello, en 1898, Francisco Andrade Marín canalizó la quebrada, proceso que duró 22 años.
Un hito: a los 100 años de la épica batalla, el arquitecto Francisco Durini realizó el monumento a los Héroes Ignotos. Hubo dos grandes restauraciones, en las alcaldías del general Paco Moncayo y en la de Augusto Barrera. Finalmente, en un terreno áspero, bajo la sombra de un árbol, descansan los restos de alrededor de 600 patriotas y realistas en el cementerio de El Tejar. No hay nombres.
Sin embargo, Jurado cree que la fosa común puede localizarse entre la Cima de la Libertad y los altos de San Diego. No en El Tejar, una ciudad de los muertos antigua, blanca y solitaria.