Dicen que le vieron por última vez el primero de mayo de un año perdido por la Diez de Agosto a medio día, repartiendo volantes. Dicen que esta es una verdad a medias, que en efecto, Héctor estuvo el primero de mayo de ese año perdido por esa avenida a esa misma hora, pero flameando un poncho colorado, signo de un inédito enclave político de los marginados. Isidro Pantoja, secretario del sindicato de una textilería, dice que ambas versiones son falsas, porque Héctor Cisneros, el Poeta de la calle, pasó con él y sus compañeros celebrando el Día del Trabajo, bramándoles la sangre con sus versos: ‘Cuando nuestros guagas/ ven una papa en la coladita/ se hace luz en la cuchara./ ¡Una papa en la coladita –exclaman-/ la sopa ha estado con premio mamita!’
La palabra ante la muerte nunca es meditada, acaece, sobreviene y fulmina –trueno y rayo súbitos-. Esta certeza (imagen) extemporánea nubla el silencio que deberíamos guardar frente a su presencia hermética. Alardear la palabra como una impudicia, un decoro mancillado, luce imperdonable. Sin embargo, urge habitar esa puerilidad, esa verbosidad liviana, impúdica, para quedar en paz con uno mismo –la de quien se queda con la sola verdad del ser ido-. La palabra ante la muerte irrumpe desde una cavidad inexpresable –un eco primitivo, bárbaro-, desmembrada del tiempo, ajena a la memoria.
La palabra ante el amor retoza, travesea, trepida, se extasía, aun cuando -otras veces- se extenúa y desfallece. El tiempo amoroso no permite ajustar el impulso y el acto, hacerlo coincidir. Miedo padecemos en este tiempo, así no sea revelado sino apenas secreto o tan solo presentido. La pasión amorosa es un delirio, pero el delirio no es extraño, todos hablan de él, está ya -a fuerza de pronunciarlo- rendido a nuestras veleidades. Lo que sigue siendo un enigma es ‘la pérdida del delirio’, porque, perdido este, se ingresa de bruces en el duelo real, es la ‘prueba de la realidad’ lo que nos muestra que el objeto amado ha cesado de existir.
Sabio —Hernán Rodríguez Castelo profundizó en la razón de ser de las cosas en general y del mismo ser en particular—, adusto, cortés, pulcro, sobrio y familiar —vivió en un espacio austero, rodeado de sus íntimos: su familia y sus libros—, Hernán es uno de los escritores más prolíficos de Hispanoamérica. Este hombre, de encumbrado pensamiento y levadura humana noble y proverbial, nunca buscó fama ni fortuna y dejó un invaluable legado intelectual y humano acaso único en la historia ecuatoriana. El tiempo no es el que pasa, somos nosotros mismos. Tiempo y sueño: las sustancias del ser humano. Las dos, ante seres humanos como Hernán, inclinan su cerviz y labran su esencia.
‘Entre los pecados capitales no figura el resentimiento y es el más grave de todos —sustenta Unamuno—, más que la ira, más que la soberbia’. Pero el resentimiento es pasión que bulle en ciertos seres propensos a la egolatría y muchas veces deviene en locura. Pasión y arrebato que exacerba y nulifica, conducente a cometer excesos (perpetración de actos delictivos), pero también a protagonizar las cabriolas más ridículas y risibles (matones de barrio que creyeron ser mal vistos por inocuos mozalbetes y brincan como tigrillos dispuestos a demoler a zarpazos a sus supuestos agraviantes).
Corrían los finales de los cincuenta cuando te conocí, Alberto. Sabio y bueno como eres, la feligresía de Santa Teresita se galvanizaba con tu palabra iluminada a favor de los desposeídos. Pequeño, sosegado y vivaz, inmune a las veleidades terrenales, lúcido y creador, cincelado en el metal más noble y obstinado, así te guardo.
¿Qué es la globalización? Podría decirse que es un fenómeno que envuelve una multitud de espacios de la vida social y que tiene por escenario el mundo. Aparencialmente la definición luce simplista, pero es la más pedagógica. Así ha sido asumida desde diversas disciplinas, fecundando un sinnúmero de denominaciones que van desde ‘aldea global’, ‘economía mundo’, ‘sociedad amébica’, ‘tercera ola’, ‘Disneylandia global’, ‘tecno cosmos’, ‘nueva Babel’, ‘fábrica global’, ‘mercado universal’ hasta ‘shopping center global’…
Viteri sigue creando con el mismo amor, arrebato, pasión de siempre. La continua mudanza del tiempo no ha podido con su invicto e indomeñable espíritu. Subimos a su taller. Él y su inagotable acervo de obras me hieren de vida. Pienso que el artista jamás ha abdicado de su integridad (libertad que no admite subordinaciones a ningún poder, salvo el suyo: el del genio que lo condena y libera). Su colosal aventura plástica no termina y no deja de asombrarnos con series cada vez más deslumbrantes. Se apresta a publicar un libro de sus desnudos.
Creemos que vamos a vivir toda la vida pero no es verdad, por lo que el tema siempre será pertinente. ¿Existen estilos de morir como existe una manera de usar trajes, caminar o saludar? El estilo de morir ha cambiado en cada civilización y ha evolucionado con el tiempo, según el grado de enraizamiento de las tradiciones. Y hay quienes creen que la inmortalidad y un mundo de idénticos son los dogmas más perversos inventados por el ser humano.
Corrían los setenta cuando lo conocí. Flaco de carnes y enjuto de rostro, como se dijera del Quijote. Orgulloso como par de dignidad, no de soberbia, esta nunca baja de donde sube, pero siempre cae. Respeto por sí mismo. Siempre supo que el teatro era la única opción en su vida: condena y liberación. Encarnación del contrapoder, jamás se ha inclinado ante nadie ni ante nada. Mantuvo prácticas en el Teatro Ensayo, Malayerba, El Muro… pero el teatro de sala no era lo suyo; su arte se engendró en el corazón del pueblo, del “soberano pueblo” y a él tenía que devolverle su arte prodigioso.
El poder es una ilusión, enigmática, fugitiva, y seguirá siéndolo hasta el final de los tiempos. Sobre el poder todos opinamos, rememoramos, imploramos; mascullamos sobre él cuando alguien se ha apoderado del mismo y ha inoculado miedo en un país o el mundo. Lo denigramos confundiendo a las masas mediante espectáculos delirantes: el circo romano, los bufones, las proclamas públicas. Alrededor del poderoso, el infaltable corro de áulicos festejan sus maromas casi siempre ridículas.
En el país, en las últimas semanas del mes de julio de 2016, se han publicado dos libros que dan cuenta del estrecho vínculo que hay entre la literatura y el dibujo: el libro álbum de la ‘Muerte silba un blues’, de Gabriela Alemán y la edición especial, por los 40 años de la publicación, de ‘Historia de un intruso y otros cuentos’, del escritor Marco Antonio Rodríguez.
Nadie, nunca, debería repudiar la enfermedad de otros. Cualquiera que esta fuere solo es señal incontrastable de nuestra fugacidad humana.
A partir de la caída del Muro de Berlín el mundo cambió. Filósofos y pensadores coincidieron en que este episodio fijaba el punto de mayor inflexión de todas las épocas. Trastorno del tiempo histórico. Mundialización.
El término humanismo es escurridizo y controversial. Su naturaleza polisémica así lo decidió. Variabilidad, alteración, diversidad, contribuyeron a su opacidad, pero más sus peripecias históricas: la palabra es decimonónica, pero son escasos quienes no la unimisman con el movimiento renacentista de los siglos XIV y XV. Uso y abuso de un vocablo al punto de que se habla con ligereza de humanismo integral, revolucionario, cristiano, progresista. Omisión del humanismo y fijación de lo otro, es decir, de aquello con lo que va acompañado.
Columnista invitado ¿Qué hizo el tiempo con Oswaldo Muñoz Mariño para permitirle tanta creación que salió de su talento asombroso y de su sangre alborozada? ¿Replegarse? ¿Dilatarse? ¿Ponerse al servicio de su rigurosa voluntad? ¿Difuminarse o coagularse —como en los millares de dibujos y acuarelas que trabajó en su dilatada y ejemplar existencia—? ¿De dónde, cómo, cuándo emergieron de su exuberante pensamiento tantos proyectos y realizaciones arquitectónicos, tantos ensayos teóricos (un libro de su autoría sobre aprendizaje de arquitectura sigue vigente en México), tantas empresas humanas concretadas o no -¡qué importa!- por este ecuatoriano universal…? Pacto secreto y misterioso con la otredad, con el otro lado de la vida y de las cosas, con la revelación de la poesía, que no es religiosa, porque es originaria, matricial, hallazgo (o al menos su encuentro más próximo) del verdadero principio. Proclama, en fin, de cómo un ser humano puede doblegar al tiempo, multiplicarlo y apaciguarlo
¿Cuándo emergió la globalización? Pensadores como Chesnaux o Wallerstein la sitúan en el siglo XVI; es decir, en los inicios de la expansión capitalista y de la modernidad occidental, otros la colocan a mediados del siglo veinte. Pero en lo que todos los filósofos, historiadores y pensadores coinciden es que, a partir de los años noventa del siglo anterior, en el ámbito planetario, se erige el mercado como fin último de la humanidad y entran en agonía las instituciones tradicionales o actores clásicos: Estado, iglesias, universidades, partidos políticos, sindicatos, intelectuales…
Intelectuales, artistas, periodistas, músicos de imborrable recordación, solíamos reunirnos en la casa de mis ancestros en la plaza Victoria. Se trataba de un reencuentro con nosotros mismos. De una arcilla privada deshecha por el tráfago de las luchas cotidianas, persistente como materia prima insustituible, cuyas formas definitorias recuperábamos el rato de reír o entristecernos por encima de la gazmoñería que aflige a toda sociedad. El tiempo ha pasado, y cuando decimos pasar es porque nos ha dolido. Simples seres humanos, sabíamos que el futuro es siempre extraño, dejando a los diocesillos ambulatorios que trazaran proyectos milenarios. Carpe diem (toma el instante).
Con Cromwell, Jefferson o Robespierre no se hablaba de izquierdas o derechas. Estas palabras fueron engendradas en las raíces de las revueltas burguesas porque las hicieron posibles. Pero existieron en épocas precedentes.
Revolución: futuro y retorno. El porvenir es la expresión predilecta del tiempo cíclico, proclama el retorno de un pretérito arquetípico. La praxis revolucionaria -ruptura con el pasado cercano y reinauguración de un pasado antiguo-.