"En nuestra casa nunca faltaron los balones de fútbol y la figura masculina. Pero a Juan desde los 3 años le gustaron el rosado y las muñecas. Así que su papá le pegaba; cuando nos separamos incluso se quedó una temporada a cargo de él, para afianzar sus gustos masculinos. Pero no funcionó. Ahora no quiere saber nada de su vida", lo cuenta Marcela, la madre de Judy, una adolescente transgénero de 17 años, que cursa el segundo año de bachillerato, en un plantel educativo de Guayaquil.