Hay un desborde de entusiasmo entre los líderes del Socialismo del Siglo XXI por los vientos de inconformidad que soplan no solo en América sino en otros puntos del planeta, donde se ponen en cuestión los contratos sociales y la institucionalidad tal como la hemos conocido.
El ex presidente brasileño Lula da Silva acaba de dejar la cárcel en medio de la alegría de sus simpatizantes y de quienes añoran volver. Pero tendrá que seguir defendiéndose de la sentencia de ocho años de prisión por recibir un apartamento a cambio de favores políticos. Y tiene una segunda condena, en primera instancia, de casi trece años de prisión.
Nadie ignora lo que está sucediendo en Chile, donde la concertación que permitió al país dejar atrás la oscura dictadura de Pinochet ya no da más. Es necesario un nuevo pacto social porque la inequidad terminó por romper cualquier posibilidad de un progreso sustentable, y nadie quiso darse cuenta.
En Argentina, el regreso del kirchnerismo a la Casa Rosada, después de la falta de capacidad de Mauricio Macri para manejar la economía, supone que Cristina Fernández podrá defenderse de la justicia con mayor comodidad que como lo ha hecho hasta ahora frente a las numerosas acusaciones de corrupción.
Pero eso no significa que los desastres que provocan los regímenes eternizados en Venezuela, Nicaragua o Cuba, sean, ni de lejos, un ejemplo de lo que pudiera ser bueno para la región. Evo Morales, quien al igual que sus colegas, apalancó su proyecto en los altos precios de los bienes primarios, tiene serias dificultades para mantenerse en el poder tras forzar todas las normas políticas y éticas.
Y qué decir de López Obrador en México, quien desde su supuesto progresismo ha arrodillado a su país ante el narcotráfico. Su posición está impactando en proyectos económicos como la Alianza del Pacífico y en foros políticos como el Grupo de Lima. Varios beneficiarios de la farra revolucionaria en el Ecuador están bien protegidos bajo su égida.
Pero no hay que confundirse como lo está haciendo el expresidente Rafael Correa, a quien le gusta la fórmula que utilizó Cristina Fernández: volver en el papel secundario de vicepresidente, o también a la Asamblea Nacional, ‘para evitar la destrucción total del país y para protegerme’, según le dijo a El País.
Es verdad que en el país la institucionalidad secuestrada durante diez años no se ha recuperado del todo, y que Correa mantiene apoyo político a partir del populismo y el clientelismo que rinden los buenos precios del petróleo y de las materias primas, así como del endeudamiento agresivo.
Hay desazón en el país, la región y el mundo; hay un desengaño de la política. Incluso hay tolerancia con la corrupción a causa de la falta de salidas. Pero no se trata de un movimiento pendular ni de una fiesta más. De lo contrario, que venga y lo compruebe.