Los problemas nacionales son de tal envergadura que, no solo una fugaz lotería petrolera puede encontrarles solución. La tarea es más profunda y delicada y pasa, necesariamente, por las actitudes de los que gobiernan y los administrados. Resulta indiscutible que, si el país quiere superar en el mediano plazo las lacras que lo acosan y pretende incluir a la mayoría de la población en los beneficios del desarrollo, se requiere una conducción acorde con los tiempos modernos. Pasaron las épocas en que se tiene que disponer sin escuchar a la ciudadanía. Los Estados con mejores índices de bienestar son aquellos en que los ciudadanos, con un alto nivel de educación, participan en las discusiones y en la toma de decisiones. Resulta impensable que los países, en la actualidad, pretendan manejarse con despotismos ilustrados, a veces, u opacos en la mayoría de ocasiones, donde solo una visión pretende imponerse por encima de todos. Los liderazgos modernos involucran a las sociedades enteras y construyen consensos a través del diálogo y el debate sin hegemonizar todos los espacios, hasta los recreativos.
Es anacrónico un país en donde la voluntad omnímoda invade todo, no se respeta la separación de poderes y se realizan toda clase de malabares para hacer prevalecer la visión gubernamental. Los fallos en materias en las que las normas protegen a la parte más débil, esto es, al ciudadano, son de un tiempo acá, una repetición de argumentos oficiales lo que produce desazón, desconfianza en el sistema y una sensación de desamparo. No tiene sentido acudir a instancias judiciales si el resultado de antemano se torna previsible.
En ese escenario las posibilidades de abatir el retraso y la pobreza, son ínfimas. No se logra crear ciudadanía lo que se busca es adhesión a un credo que, de continuar por ese sendero, condena precisamente a los menos favorecidos. Una conducción de esas características termina por hacernos retroceder en la tarea de construir más democracia. El asistencialismo reemplaza a políticas que deberían ser definidas para el largo plazo con el fin de mejorar la calidad de vida de todos los habitantes, poniendo énfasis en brindar más oportunidades a quienes más las necesitan.
El escarnio público, la burla, el hostigamiento a los que discrepan, la división maniquea entre supuestos buenos y malos, le hace un gran daño al país. La concordia, los acuerdos entre los actores sociales, la definición de políticas en las que puedan coincidir el mayor número posible de ecuatorianos, es el mecanismo que se ha demostrado idóneo en otros pueblos para salir del estancamiento. Es indispensable apelar a todos aquellos que buscan el poder con el fin de que convoquen a la reunificación de la Patria, con un liderazgo virtuoso, a encontrar las soluciones para rescatar a cientos de miles de ecuatorianos de las precarias condiciones por las que dolorosamente atraviesan.