En 1924, admirado por la Selección uruguaya que entrenaba en Galicia antes de la Olimpíada de París, Manuel de Castro escribió: “Por los campos de Coia, pasó una ráfaga olímpica”. 90 años después, el fútbol nos ha hecho sentir que por los campos del Uruguay pasó un ciclón jurídico.
El maquinista partió de Madrid y cuando se acercaba a La Coruña, un compañero lo llamó por celular interno para pedirle un favor para unos pasajeros. Tomó a 192 kilómetros por hora una curva que a gatas autorizaba 80. Descarriló: 79 muertos.
No sólo las fechas patrias se nos decoloran en el contexto relativista de hoy. También los grandes fastos que cambiaron la historia del mundo vienen decayendo. Tal lo que sucede con el 14 de Julio, cuyo valor simbólico no merece arrumbarse. Y menos en los tiempos que corren, donde se ha puesto de moda disolver las obras y las luchas de los grandes espíritus que inauguraron tiempos nuevos, en relatos sociológicos o económicos, donde los protagonistas parecen marionetas explicadas por las circunstancias en vez de surgir como hombres de carne y hueso, capaces de abrazar un ideal hasta entregar la vida por él, irguiéndose en modelos de pensamiento y acción.