A pocos años de que cayera el muro de Berlín, y el comunismo con él, en Europa, una joven científica salió de su natal Hungría en 1985 rumbo a Estados Unidos y con unos pocos cientos de dólares escondidos en el osito de peluche de su hija. El propósito era cruzar el océano Atlántico en dirección a la Universidad de Temple en Filadelfia (Pensilvania) donde comenzó su posdoctorado en el Departamento de Bioquímica.