¿Será solo eso?, ¿un tal Jesús?, ¿alguien admirable que pasó haciendo el bien?
Admirables, gracias a Dios ha habido y hay infinitos hombres y mujeres en este planeta. Pero ser admirable no es suficiente cuando lo que está en juego es el sentido de la vida y de la muerte, el futuro del hombre y su esperanza. Es razonable pensar que hay algo más… Razonable y deseable.
Por eso se me vuelve tan difícil razonar sin un mínimo de fiabilidad.
Jesús, nacido de María por obra del Espíritu Santo, no es solo admirable. Es imprescindible para comprender el sentido de la historia personal y colectiva, este camino fatigoso que toca andar entre luces y sombras y que siempre termina en la ‘Sombra Mayor’, la que el poeta decía cuando quería hablar de la muerte y no se atrevía a nombrarla.
Hoy, los cristianos celebramos el ‘Dies Natalis’, el día del Nacimiento del Salvador, de cuya mano también nosotros nacemos y caminamos, peregrinos de los cielos nuevos y de la tierra nueva y, por eso, capaces de resistir y de esperar en medio de la batalla.
Algún día habitará la justicia y reinará la paz.
La encarnación de Jesús nos invita no solo a esperarlas sino a trabajar por ellas, sabedores de que triunfa y permanece lo que se ama.
Navidad no es solo recordar al Niño de Belén. Es, sobre todo, anhelar su venida y armar la vida desde su amor.
¿Se dan cuenta de que los relatos del Nacimiento están cuajados de personas y de personajes que esperan, sueñan, cantan y lloran como cualquiera de nosotros en torno a un pasillo o a una balada?
Tal como la vida misma, pareciera que el misterio de Dios latiera en los misterios del hombre… Así es el nacimiento del Hijo de Dios, Vida en medio de la vida, Vida en medio de la muerte, esperanza, risa y llanto.
Desde el principio no faltan las amenazas, pero también está presente el deseo de sobrevivir. Belén, Egipto, Nazaret, los caminos de Galilea, Jerusalén, los poderes de este mundo y la sombra alargada de la cruz. A sus pies estará Ella, sabedora de que el Hijo amado no podía morir para siempre, el hijo de la ternura, el hijo del dolor, al fin y al cabo siempre hijo amado.
Y tras la Cruz, la Pascua, la luz capaz de iluminarlo todo.
Verdaderamente, el Niño no podía ser el hijo del azar, sino más bien el compromiso de Dios con los hombres.
De tejas abajo, tanto mercadeo opaca lo fundamental.
Y lo fundamental es Él, Jesús que viene, que vendrá.
No conviene olvidarse de Él. Hagan memoria y dejen que el Salvador les toque el corazón.
Espero y deseo que, cuando apaguen las luces y embodeguen los regalos (¿será ese su destino?) descubran que no están solos, que el Niño les acompaña al ritmo de sus traspiés. Ah, y no se olviden de dejar una luz encendida. La esperanza sigue viva.
Por mi parte, les deseo Feliz Navidad.