Si a algo han temido los poderosos ha sido a su poder liberador. Nada más odiado para quien piensa que encarna la sabiduría, el poder, la verdad absoluta que verse caricaturizado, deformado por sus alumnos, sus súbditos o por hombres y mujeres comunes. Siempre fue así. El bufón daba entretenimiento a la corte mientras recibía una paga, pero en la calle otros cómicos divertían al pueblo representando a los gobernantes mofándose de ellos y mientras duraban esos minutos que la risa florecía, el simple ciudadano llano se liberaba, gozaba, riéndose de quienes decidían por él, cuando los contemplaban en su simple condición humana. Había algo de subversivo en la risa. Ya no infundía terror aquel que era objeto de la mofa pública y sus órdenes podían ser cuestionadas. La imagen de aquel que queriendo que sus súbditos lo admiren y le teman se iba a los suelos, lo veían representado en condiciones ri-dículas que también ofrece la vida cotidiana. De allí que, con el paso de los tiempos, refinándose los totalitarismos, lo primero que afloraba era el deseo de evitar que se propagaran esos dibujos en los que los detentadores del poder aparecían ridículos, pues afectaban sus proyectos de parecer infalibles, predestinados, supremos.
El humor se convirtió en potente arma en manos de la gente común. Ha servido para que los excesos del poder no sean indiferentes ante las personas de las calles. Ellos repiten, de mil formas, salpicando con sátira, las condiciones de quienes tienen transitoriamente el poder quisieran olvidar. En las conversaciones ciudadanas se encuentran alusiones burlonas de los que pretenden presentarse como impostores, renegando etapas de su vida, para apantallar y crear la imagen de seres cuasi mitológicos. Pero el pueblo no olvida y a través del humor les vuelve una y otra vez su rostro original como si fuera un espejo. En ese momento, sin duda surge la rabia, el deseo de acallarlos, las ganas de que exista censura para que solo se hable de las glorias y éxitos de los elegidos. Allí afloran los deseos de los censores de evitar que los ciudadanos posean ese poder liberador que les contradice, que les vuelve a la realidad, a su condición de simples seres transitando efímeramente por el poder. Simplemente algunos hasta se verán ridículos, mucho más si en alguna etapa de su vida cuando tenían todo el tiempo para ser ávidos lectores, revisaron algunos de los libros que han tratado este tema con rigor.
Basta tomar un diario, abrir una revista, sea en la forma tradicional o en la novedosa ‘on line’, para constatar que el mundo no ha renunciado a la risa y que su poder seguirá haciendo temblar a los poderosos. Sin duda, a hurtadillas, también querrán verse las formas en que les han representado. Si tienen humor gozarán, sino surgirá la ira y montarán en cólera, reclamarán por la burla hacia la majestad del poder y pensarán en imponer censuras que no servirán de nada, porque la gente seguirá riendo’.