Cuando un hermano se va

La experiencia de la muerte en una persona cercana puede ser, sin duda, un detonante que nos lleve a replantearnos nuestra propia vida. El modo de ver la muerte cambia según la edad, las circunstancias y la formación de quien la experimenta más de cerca.

El 29 de octubre en la ciudad de Quito, partió al más allá mi hermana Beatriz Luisina Argüello viuda de Gaibor, distinguida profesora de Santiago de Bolívar, que dedicó su trabajo a impartir sus conocimientos a la niñez bolivarense, madre abnegada que incansable formó a sus hijos bajo los valores cristianos, éticos y morales, de la misma forma como nos inculcaron nuestros padres; pero nada vamos a decir de sus múltiples y acrisolados méritos, ni del apellido que había llevado en el mundo; solamente vamos a encomendar su alma a la misericordia de Dios: si el cuerpo se convierte en polvo, el espíritu vuelve a Dios, que es quien se lo dio y de seguro que estará junto al Creador, luego de que siguió sus huellas en su viaje pasajero por este mundo. Ya sus padres y sus tres hermanos le estarán dando el abrazo cálido y eterno de la vida y el amor.

Perder a una madre, a un hijo o a un hermano, es una de las experiencias más dolorosas que una persona debe afrontar en la vida. Todos en algún momento sufrimos la pérdida de un ser querido y nos resulta difícil aceptar que esa persona, con quien compartimos tantos momentos y a quien confiamos tantas cosas, ya no estará más con nosotros. Aunque su muerte nos entristezca el alma y nos deje un inmenso vacío, debemos seguir adelante y recordarla siempre con alegría. Dios dispone hasta qué momento vive el ser humano, de modo que solo debemos acatar su voluntad y saber que el cielo es el espacio deseado por todos aquí en la Tierra.

Suplementos digitales