El Imperio Romano llegó a contar con más de cincuenta millones de habitantes y para su alimentación fue esencial el impulso de una política de expansión agrícola que constituyó la considerada primera globalización del consumo de la historia.
El intelectual y exministro venezolano Moisés Naím defendió este jueves 21 de mayo del 2015 que el poder nunca había estado tan repartido como en la actualidad, lo que se refleja en el crecimiento de las protestas por todo el mundo.
Es algo que ya ha venido ocurriendo en otros países de la región. Probablemente es parte del proceso de globalización y, quizás, es hasta un tema cíclico. Es difícil saber si es bueno o malo, pero al menos sí es sorprendente: el número de empresas ecuatorianas que en los últimos cinco años han pasado a manos extranjeras es inesperadamente alto.
El cruento episodio de París es apenas un eslabón de la cadena del terrorismo transnacional inaugurado en el 2001 contra las torres gemelas de Nueva York, que dejó 3.248 muertos, y cuya repetición -felizmente frustrada- se intentó ocho años después con un coche-bomba en Times Square, una de las zonas ciudadanas más concurridas del planeta.
La Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) advirtió que un 70 % de las enfermedades humanas son de origen animal, lo que ha sido provocado por el masivo establecimiento global en los últimos años de explotaciones agrícolas en áreas previamente silvestres.
Resulta común entre ciertos intelectuales despotricar contra la globalización a la que se le atribuye nocivas influencias que llegan con ella; entre estas, la exacerbación del consumismo, un estilo posmaterialista de vida y una inminente despersonalización cultural. La globalización se presenta como una manifestación posmoderna de los procesos económicos, tecnológicos y comunicacionales cuyo modelo de civilización y supremo valor son los intereses del mercado. La globalización y el nuevo orden del mundo no es sino el último capítulo de una vieja historia de enfrentamientos entre las metrópolis y las periferias; la larga mano del imperio que, a través de ella, busca mantener su secular hegemonía. No es raro, entonces, que el fenómeno globalizador despierte viejos temores en sociedades como las latinoamericanas que, no obstante haber soportado largos períodos de colonización, han logrado conservar sus identidades y costumbres ancestrales.
El hecho de que grupos “nacionalistas” como Diabluma son rockeros a morir, al mismo tiempo que una tecnocumbia seudo ecuatoriana hace roncha en YouTube parecería corroborar que la música nacional ha sido desdeñada desde hace décadas. Sin embargo, en los últimos años se hace evidente un auge en la composición e interpretación de la misma a todo nivel, y aunque estas propuestas no sean del agrado de todos, son un síntoma positivo de la salud de nuestra identidad musical en tiempos de extrema globalización.
Entrevista del día a Pankaj Ghemawato, catedrático de Estrategias Globales de la Universidad de Navarra, España.