En los próximos días una nueva mayoría opositora se instalará en la Legislatura argentina. La pareja presidencial que se acostumbró a gobernar con todos los poderes en sus manos, en sus dos últimos años de mandato ya no tendrán más la hegemonía absoluta, lo que hace prever que serán días difíciles los que se les avecinan hasta los comicios de 2011 en los que, casi con entera seguridad, deberán abandonar la Casa Rosada. Es paradójico lo que sucede. El ex presidente Kirchner tuvo la más alta votación en los últimos comicios convirtiéndose, en palabras de algunos analistas, en la primera minoría argentina. La votación alcanzada bordeó el 25% de preferencias del electorado. La derrota consistía en que el 75% de argentinos había votado por algún candidato opositor. Algo parecido a lo que sucedió en las primeras elecciones en que accedieron al poder. La primera vuelta la ganó Carlos Menem pero, para la vuelta decisiva, este último abandonó la carrera electoral a sabiendas que la mayoría de fuerzas iban a votar en su contra. Había logrado que todos convergieran en el antimenemismo. Hoy parece que todos, espontáneamente, se unen para impedir un nuevo mandato de los controvertidos esposos.
Cosechan el resultado, según los diarios bonaerenses, por la prepotencia de la que hicieron gala durante su estadía en el poder. Descalificaron a la oposición, atacaron a los medios de comunicación, simplemente desoyeron a todos cuantos no se alinearon con el poder oficial. Dividieron a los argentinos en dos: los que estaban a su favor y todos los demás que inmediatamente devenían en opositores recibiendo ácidos comentarios de lo gobernantes. Esto hartó al ciudadano común, lo que medido en las encuestas arroja como resultado que solo una cuarta parte de los argentinos aún cree en la palabra presidencial.
¿Qué ha obtenido Argentina de todo esto? Absolutamente nada. La nación está fragmentada y costará soldar las fisuras. La experiencia del país del sur puede ser muy aleccionadora para Ecuador. No se puede gobernar un país dividiendo a sus ciudadanos: en buenos si están con el Gobierno y malos o antipatrias si no lo apoyan o son críticos. Al final el poder desgasta y la popularidad se erosiona. Si bien la oposición no luce estructurada, hay que recordar que el Presidente no gozó en los últimos comicios del apoyo que le dio el electorado antes.
¿Qué sucedería, en un hipotético nuevo mandato, si el Gobierno no alcanza el número de legisladores que ahora le apoyan? Más aún, en el evento que saliera triunfante, ¿que habría más allá de ese período? ¿Un nuevo borra y va de nuevo? Si se sigue con la política que hasta ahora se ha aplicado lo más probable es que, el péndulo se moverá al otro extremo y el país nuevamente irá de sobresalto en sobresalto. Más bien ¿no habrá llegado el momento de construir mínimos consensos?