Sí, sobre ácidos se ha dicho mucho, se ha comentado mucho y se ha generado una justa indignación. Y eso está bien. Sin embargo, me parece que han faltado informaciones que nos permitan ubicar mejor ese capítulo de ataques con ácido. Y hablo de capítulo, porque no podemos olvidar que esta particularidad de violencias contra personas, especialmente contra mujeres, es solo una de las múltiples modalidades de violencias contra ellas. Claro, una de las peores que de hecho debería ser tildada de tentativa de feminicidio; es decir, de crímenes de odio, de puro odio.
Después de un año de ser violada por paramilitares, una niña de 14 años fue sacada a la plaza del pueblo junto con las trabajadoras sexuales que vivían en los 12 prostíbulos de la inspección de policía del Placer, en Putumayo. En solo unos cuantos segundos, esta niña cruzó la frontera impuesta por los actores armados, entre mujeres 'decentes' e 'indecentes'. Bajo el estigma de la comunidad, tuvo que salir desplazada de la región.
Leyendo las noticias del fin de año, encontré algunos temas que es imposible silenciar: "Riñas dejan cinco veces más muertos que la guerra: cuatro de 10 homicidios ocurren en medio de peleas. Las riñas dejaron casi 70 000 lesionados en 2013" (El Tiempo, 5 de enero). Claro que ese concepto de riñas merece un análisis más profundo de su significado exacto. Ya sabíamos que el día más violento del año era el Día de la Madre. Le siguen los días navideños y el primero de enero.
Ahora sí es el tiempo de las mujeres en Chile. Michelle Bachelet vuelve a la presidencia después de cinco años y ya no es la misma mujer. En los últimos años la Bachelet asumió la dirección de ONU Mujeres, lo que significa que hoy tiene en la cabeza la situación de las mujeres en el mundo, pues esta entidad de Naciones Unidas fue concebida para dar un paso histórico en la aceleración de la igualdad de género. Es así como Michelle Bachelet pudo recorrer casi todos los países del planeta y apropiarse de lo que significa, todavía en los inicios del siglo XXI, haber nacido mujer en decenas de culturas patriarcales. Esta experiencia vital, ese duro encuentro con cifras que demuestran lo lejos que estamos aún de una participación paritaria en los múltiples universos de la vida, fue tal vez lo que les hizo falta a sus políticas en su primera presidencia.
Cuántas veces, con mis viejos amigos y amigas, hablamos de vivir todos juntos cuando estuviéramos viejos. Cuántas veces, en una de estas comidas que nos reunían, hacíamos bromas de cómo sería nuestra casa comunitaria, cómo queríamos morir, pero, sobre todo, cómo queríamos vivir justo antes de morir.
Varias cosas me llamaron la atención durante estos días de vacaciones en esta otra tierra mía que por cierto vive la crisis a su manera, una crisis que se hace visible hasta en las calles de París y muy particularmente en el índice de desempleo de los y las jóvenes que genera en ese incipiente verano un ambiente de morosidad y pesimismo.
Hace algo más de un mes cumplí 70 años y hoy me pregunto si seré capaz de escribir algo nuevo sobre lo que significa para una mujer, en estos tiempos, llegar a esta edad. Hace una década iniciaba la columna diciendo que cumplir sesenta era reconocer la densidad y riqueza del ayer, y lo frágil y precario del mañana.
Hace unos años, cuando me encontraba tratando de reencontrar el hilo -algo perdido- del diálogo con mi cuerpo, escribí una columna sobre el valor del cuidado de sí mismo. Y hoy quiero retomar este tema a propósito de Angelino Garzón, quien está seguramente aprendiendo, como yo hace unos años, a dialogar con su cuerpo; un cuerpo que le acaba de recordar que la fragilidad siempre termina por caracterizar la condición humana.
Amparo: hace poco estuve viendo el lanzamiento de la campaña de tu nuevo producto de belleza para conservar la juventud. Estás muy linda, como siempre. Claro, a mis 68 años me pregunté: ¿para qué la eterna juventud? Y luego me di cuenta de que me preguntaría lo mismo si tuviera 40 ó 50 años. ¿Qué haría yo con una eterna juventud? Prefiero mil veces mis arrugas, mi piel no tan firme, mis gorditos en la cintura, mis amigas que envejecen conmigo y mis amigos que siguen creyendo que nosotras las mujeres somos las únicas que envejecemos.
Siempre he querido despertar en las mujeres el dulce veneno de la autonomía y de la independencia. Por esto, hace tiempo que el tema de la soledad me ha parecido absolutamente interesante y de una enorme pertinencia. Cuántas veces les he repetido que uno puede amar la soledad sin nunca sentirse sola; cuantas veces les he tratado de contar que la soledad permite confrontarse con uno mismo, descubrir potencialidades que nunca habían podido manifestarse. Sé que es un duro aprendizaje y más para las mujeres, quienes fueron socializadas para la maternidad, la familia y en general el cuidado de los otros y de las otras.
Van más de tres semanas desde cuando Dominique Strauss-Kahn ocupó las páginas principales de múltiples medios por haber sido protagonista de un acto de violencia sexual hacia una mujer que se desempeñaba como camarera en uno de los mejores hoteles de Manhattan. Sus amigos hicieron expresiones de la tradicional solidaridad entre varones, con una pobreza argumental que raya en la ignorancia.