Las carpas ancladas con palos a las veredas, el reggaetón y la bachata a todo volumen, el humo de los pinchos de doña Carmen, los cables de luz que cruzan de los postes a los puestos de venta y amenazan con degollar al peatón. El sospechoso cruce de manos entre el cliente que busca algo indebido y el vendedor que se lo entrega. Todo hizo que La Michelena tenga vida propia.