Una corriente de agua espumosa y maloliente baja por la Tola, una calle de tierra que atraviesa tres barrios de Llano Grande, en el norte de Quito, y que cuando llueve recoge las aguas de vías secundarias y se vuelve un riachuelo.
En un operativo de control de expendio de cárnicos, la Empresa Pública Metropolitana de Rastro decomisó 18 reses procesadas, para consumo humano, en Quito.
En una esquina una mujer corta un trozo de carne tendido sobre una mesa de madera, con la misma mano con la que minutos atrás recibió unas monedas. Frente a ella, pasa un joven empujando una carretilla cargada con patas de res que es asediada por una decena de moscas. Junto a la vereda hay un balde con tripas y vísceras que pronto serán servidas en un plato, mientras un hombre carga sobre su espalda enormes pedazos de cerdo.