Embargo

Siempre me ha llamado la atención que el Gobierno cubano se queje constantemente del embargo que los norteamericanos le ha impuesto por más de 50 años. ¿Por qué desearía una de las últimas dictaduras comunistas del mundo -y la única del hemisferio occidental- mantener relaciones comerciales con la mayor nación capitalista? A fin de cuentas, los comunistas tienen como objetivo terminar con el sistema capitalista.

La realidad es que los líderes cubanos no tienen interés en que termine el embargo norteamericano, porque limitaría su capacidad para mantener ‘aislado’ a su pueblo de la influencia política y económica externa. Especialmente de una tan importante como la norteamericana, ubicada a apenas 90 millas de distancia.

Una relación comercial abierta con los Estados Unidos haría que una enorme cantidad de recursos fluyan a la isla a través de inversiones, remesas, turismo, información, etc., que -como ha sucedido en otras partes del caribe- impulsarían el comercio y el desarrollo de una clase media cubana que sería menos tolerante con la idea de vivir bajo un régimen dictatorial.

De hecho, el embargo ha sido una pieza clave en la estrategia política de los Castro de pedir sacrificios al pueblo cubano, y unirlo en la defensa de la ‘revolución’ frente a un malvado e inmoral enemigo externo que quiere destruir a Cuba. Cada vez que algún líder norteamericano ha insinuado la posibilidad de relajar las sanciones, el Gobierno de la isla ha hecho todo lo posible por evitarlo. La última en 1996 cuando el presidente Clinton empezó a hablar del tema, aviones de combate cubanos derribaron dos aviones civiles desarmados que pretendían dejar caer panfletos anti-Castro en La Habana. Inmediatamente Clinton aprobó la ley Helms-Burton que reforzó las sanciones contra la isla.

Esta estrategia incluso ha despertado simpatías de parte de otros gobiernos, que han cerrado filas en contra del embargo y ‘justificando’ la necesidad de que haya un Gobierno dictatorial en la isla para que pueda librar una muy desigual ‘guerra contra el imperio’.

Por las mismas razones, el Gobierno cubano probablemente terminará declinando la invitación que le han hecho sus colegas Latinoamericanos para participar en las próximas ‘Cumbres de las Américas’, como lo hizo con la OEA. Lo último que desean los hnos. Castro es tener que discutir su singular forma de gobierno en un foro de naciones democráticas de América, entre ellas, a la democracia más antigua e influyente del mundo.

No es por nada que algunos gobiernos de la región se empeñan en promover organismos regionales en los que no participen los EEUU. Marcar distancias con Norteamérica, descalificar los ‘valores anglosajones’ y la ‘democracia liberal’, y proponer ‘formas alternativas de democracia’ como la cubana, es la ‘hoja de ruta’ de todo gobierno Latinoamericano con aspiraciones dictatoriales.

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