A momentos me sentía envuelto otra vez por el aire siniestro de ‘2666’ o por la misteriosa zona cero creada por Roberto Bolaño en ‘Los Detectives Salvajes’. Después imaginé que volvía a la macabra y magistral historia de Juro Kara ‘La Carta de Sagawa’, que relata la historia de un estudiante japonés que, en un exceso de amor, mató a una joven artista holandesa y devoró buena parte de su cuerpo. Pero también regresé por instantes, en breves mensajes subliminales, al París de la Maga y Oliveira, y a los entresijos de una prosa magnética como la de Cortázar.