Con una referencia al coloquio de filosofía organizado recientemente en Quito por el Ministerio de Cultura, inician los inefables articulistas de ocasión su conocida y reconocible perorata, esta vez, a favor de los diálogos nacionales.
A propósito del diálogo Gobierno-indígenas desarrollado hace poco, reconocen la necesidad de impulsarlo desde una perspectiva de equilibrio y desinterés.
Y alaban el acierto del Presidente (por sobre sus muchos desatinos), para presentarse en esos diálogos desvestido de su majestad del poder, e igualarse con sus no menos desvestidos interlocutores indígenas, aunque provistos de innecesarias y folclóricas lanzas para un diálogo franco y civilizado que los articulistas proponen sustituir por otros representantes más educados y mejor vestidos.
Resulta coincidente y extremadamente curioso que este diálogo y esta movilización social hayan estado precedidos por un coloquio institucional sobre la necesidad del diálogo como sustento de la democracia participativa.
En él, según entiendo, tuvo una destacada participación el filósofo jesuita Guillermo Hoyos Vásquez, discípulo de Adorno, Marcusse, Habermas y otros del mismo corte, cultor además
de una especie de filosofía moral y, por sobre todo, severo crítico de la autonomía universitaria.
Sin embargo, para desconsuelo de los comentaristas del suceso, la idílica comunicación consensual entre los propulsores de la revolución ciudadana y los desinteresados representantes de las comunidades indígenas no es posible.
De un lado se encuentran los intereses de las transnacionales, los grandes negociados y la corrupción institucionalizada.
Del otro, apenas un grupo amorfo de dirigentes bisoños y semianalfabetos, postergados históricamente y renacidos bajo la somnolencia a la que los ha conducido el control interesado y manipulador de supuestos tutores y educadores transculturales al que se los ha sometido.
Pero quedan otros diálogos. Ya no el de la superada Ley de Aguas sino el de la Ley Minera, o el de los “confrontados” presidentes Uribe y Correa.
Es posible que la nominación de Uribe, en grado de cooperante del Opus Dei, según la revista Cromos, y el año de apostolado del pupilo entre los indígenas de Zumbahua, “sin cobrar un solo centavo”, facilite una aclaración válida sobre los sucesos de Angostura, por ejemplo.
Carlos Fiallos