Hace poco más de 10 años me animé a escribir mi primera columna para EL COMERCIO, motivado por una persona que me recomendó dejar de criticar en solitario la realidad que nos rodea y, más bien, hacer “algo” al respecto. Así inicié una actividad editorial que me ha permitido expresar públicamente mi opinión y contribuir de esa manera al debate de los asuntos políticos y económicos que afectan a Ecuador y Latinoamérica.
Desde sus inicios esta columna persiguió dos objetivos: Por un lado ofrecer una perspectiva liberal, tradicionalmente relegada del debate público, en un país y una región de profundas visiones socialistas en el ámbito económico y conservadoras en el ámbito político y moral. Por otro lado apelar a lectores no especializados, mediante el uso de ejemplos y anécdotas de la vida diaria y, de tiempo en tiempo, alguna dosis de humor.
Dicho enfoque no ha dejado de generar alguna controversia, especialmente en una época de alta polarización política y de la consolidación de un poderoso Gobierno socialista en Ecuador. Sin embargo de ello, debo admitir que nunca he recibido presión alguna, de parte de autoridades o de directivos del diario, sobre lo que debía o no debía escribir. Al mismo tiempo, la retroalimentación recibida de parte de los lectores ha sido generalmente positiva y se ha convertido en el mayor incentivo para mantener esta columna en el tiempo.
Pero también es cierto que el acoso político y regulatorio al que están hoy sometidos los medios de comunicación en Ecuador, está forzando a muchos columnistas a moderar el fondo y la forma de lo que escriben. Lo cual no deja de constituirse en una incómoda forma de autocensura, con la que rara vez deben lidiar periodistas y columnistas en otros países occidentales .
Al margen de ello, la experiencia de escribir esta columna ha sido enormemente enriquecedora. Me ha obligado a mantenerme al día y a analizar más a fondo la realidad política y económica que nos rodea. Al mismo tiempo, me ha ofrecido la oportunidad de establecer valiosas amistades y relaciones profesionales que, de otra manera, quizá nunca se habrían producido.
Ha llegado el tiempo de hacer una pausa -ojalá temporal- para poder enfocarme en un desafío académico y profesional que requiere de mi mayor atención y que me impedirá escribir regularmente. Creí conveniente publicar esta columna y no simplemente “desaparecer”, para poder así agradecer públicamente a este diario, sus directivos, editores y funcionarios, por la oportunidad brindada y a los estimados lectores por su valioso apoyo durante tantos años.
Finalmente, quiero recomendar a todos aquellos que tienen algo que decir, que no duden en ponerlo por escrito y publicarlo, pues hoy existen más oportunidades que nunca para hacerlo. Puedo casi garantizarles que terminará siendo una de las experiencias más enriquecedoras de sus vidas.