Fin de la delincuencia

Ya pronto serán siete las cerraduras que separan mi tranquila morada de las garras de los parásitos que se nutren del trabajo ajeno. Hace poco el edificio en el que vivo fue visitado por los cleptómanos. Ellos están atentos a cualquier descuidado transeúnte o bien planifican con inusitada alevosía sus malévolas fechorías. Son capaces hasta de matar con tal de lograr sus torpes objetivos. Ellos comen pan de maldad y beben vino de robos.

La Santa Palabra invita y exhorta al que roba para que deje de hacerlo. Mientras que en la tierra los ladrones minan y hurtan, en el reino de los cielos no habrá quien lo haga. ¿No es esto maravilloso?

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