Una noche, después de beber varias copas de vino y fumar no poca marihuana, un hombre decide luchar contra su insomnio. Este hombre lleva semanas, quizás meses, tomando pastillas para dormir.
Está harto. No quiere depender de esas pastillas que consigue en la farmacia sin receta. De hecho, siente que no está en edad para andar dependiendo de pastillas: cree que es demasiado joven para algo así.
Llega a su casa pasadas las dos de la mañana, entra a su cuarto, enciende una lámpara y mira, en el velador junto a su cama, las pastillas; haciendo un esfuerzo que requiere de todo su valor, mira las pastillas una última vez más antes de apagar la luz.
El cuarto queda a oscuras y él queda en la cama, boca arriba, trozos de oscuridad cayéndole encima. Cierra los ojos y aparece esa otra oscuridad, la suya: su oscuridad trae sonidos que él preferiría no escuchar y esos sonidos son -no podrían ser otra cosa- sus propios pensamientos.
El hombre se pregunta cómo pueden tantas ideas y tantas imágenes y tantas sensaciones y tantos recuerdos y tantas alucinaciones y tantas cosas nunca dichas y tantos arrepentimientos y tantos planes y tantos viajes en el tiempo y tantas cosas que aún no han pasado ni pasarán entrar en su cabeza que, dentro de todo, no le parece tan grande.
Y se pregunta, también, ¿cómo puede sobrevivir con todo eso metido allí adentro, debajo del pelo? Pero recordemos que está medio borracho y un poco high y se siente más valiente de lo acostumbrado. Este hombre, esta madrugada, cree que puede conseguir el sueño sin ayuda de las pastillas que están cerca, en el velador.
Y aquí va. Gira para un lado. Gira para el otro. Da vuelta a la almohada. Se quita el edredón de encima. Cambia la temperatura del aire acondicionado. Y se repite, una y otra vez, que lo está logrando, que se está quedando dormido, que pronto, en cuestión de segundos, no sabrá si los que pasan frente a sus ojos son los mismos pensamientos que pasaron frente a sus ojos hace un rato o su inconsciente procesado en un sueño indescifrable cargado de significados.
Y este hombre, esta madrugada, insiste. Dice que está quedándose dormido, dice, se dice, que el vino estaba muy bueno y la marihuana estaba aún mejor y que solo los reyes duermen tan bien como él dormirá dentro de un momento, sin darse cuenta acaso. Y gira para un lado y gira para el otro y cambia de lado la almohada y se quita el edredón de encima y cambia la temperatura del aire acondicionado.
El sueño está llegando.El sueño tiene que llegar algún día. Fueron cuatro botellas de vino y no poca marihuana. Es más, mientras llegaba a su casa en el auto de un amigo ya se estaba cayendo del sueño y de la risa.
Acomódate, el sueño va a llegar en cualquier momento, piensa este hombre durante esta madrugada. Está feliz. Más que feliz, está orgulloso de sí mismo por haberse atrevido a enfrentar una noche de insomnio sin pastillas. Se prepara para quedarse dormido. Se pregunta, varias veces, si ya está dormido. No lo está. Está más despierto que nunca y en su cuerpo ya no quedan rastros del vino ni de la marihuana ni de la esperanza. El hombre mira la ventana: está amaneciendo. El hombre mira las pastillas.