Con sus grandes ojos verdes, Julio Cortázar -día tras día- vio con asombro al mundo. El asombro de un niño grande y juguetón que no se conformaba con la realidad chata y cansina que le imponía, como una barrera, el tiempo que le tocó vivir (nació en 1914 en la Embajada de Argentina en Bruselas, donde su padre era diplomático; murió en París, donde vivía, en 1984).