La historia de la crónica en el país es bastante similar a los grandes pliegos de papel que salen de los sismógrafos. En ciertos momentos hay un movimiento incesante, fuerte, que motiva a los cronistas a salir a las calles para luego narrar sus aventuras. En otras ocasiones, en cambio, aquellos se recluyen en pequeños círculos editoriales, apenas mostrando la realidad.
Jorge Martillo es el cronista de las irrelevancias necesarias. En las crónicas que integran su último libro, 'Guayaquil de mis desvaríos' (2013), su ojo rastreador le dedica parrafadas hasta al ordinario momento en que los autos se detienen ante un semáforo en rojo. Con curiosidad de roedor, enlista los números circenses que se ejecutan durante ese minuto de pausa: "los cigarrilleros pregonan, los limpiaparabrisas lustran, los mutilados imploran, los canillitas vocean, los vigilantes de tránsito tranzan, los rateritos arranchan, los policías ignoran, los yerberos prenden, las mini falderas cruzan, los donjuanes piropean".