Cuenta la historia que Miguel de Santiago, pintor de la Escuela Quiteña, quiso pintar a Cristo en agonía. Un día hizo posar a uno de sus estudiantes y lo crucificó. Mientras el artista retrataba la escena, le preguntó al alumno si es que estaba sufriendo y él respondió que no. Miguel de Santiago, cegado por la ira, atravesó al alumno con una lanza para infringirle más dolor y continuó retratándolo.