Agentes de la Patrulla Fronteriza del sector Tucson rescataron a dos bebés que fueron abandonados a su suerte en el desierto
En Jabonillo todo permanece en silencio. Las calles de tierra pasan casi siempre desoladas. Una que otra persona lleva el ganado al pasto. Modernas casas de hasta tres pisos, construidas por migrantes, aparecen junto a pequeñas viviendas de adobe o de madera.
La voz de Lucía se entrecorta cuando recuerda el momento en que despidió a Cristian, su nieto de 16 años. Dice que parados debajo de un árbol cargado de duraznos le dio la bendición y con sus brazos delgados lo abrazó fuerte por la cintura.
La mujer se cambia de ropa en el estacionamiento del Aeropuerto Mariscal Sucre de Quito. Se pone zapatos de taco, pantalón jean y una chaqueta amarilla. La blusa y falda las dejó en una funda. Otro joven se quita un pantalón de calentador y lo cambia por uno de pana.
Los coyotes cada vez ganan más espacio en el mundo. La deforestación y su gran capacidad de adaptación han permitido que estos animales puedan expandir su rango de distribución y, si la situación continúa como hasta el momento, podrían llegar a los países de América del Sur.
El pequeño de 2 años lloraba desconsolado, entre la maleza. En marzo del 2018, la patrulla fronteriza de Estados Unidos lo encontró solo y deshidratado en Houston, Texas.
La Policía sostiene que una organización dedicaba al tráfico ilegal de migrantes fue desarticulada la mañana de este miércoles, 7 de marzo del 2018, con la detención de su supuesta líder en Quito.
Patricia y Magaly solo tienen 13 y 15 años. Son amigas y ambas esperaban irse a EE.UU. para reunirse con sus padres. Pero Patricia planificó el viaje en silencio y partió un poco antes de la última Navidad.
Quiso viajar a Estados Unidos y vendió el único terreno que tenía y la camioneta que utilizaba para hacer fletes. Por esos dos bienes, a Ramiro le pagaron USD 9 000, pero todo el dinero entregó a un coyote que le ofreció llevarlo a Estados Unidos, pese a que no tenía los papeles en regla.