El mundo está lleno de casos en los que alguien predica algo y hace todo lo contrario. Famosos han sido, por ejemplo, los escándalos de pastores evangélicos que se hicieron populares en shows de televisión en los que daban prédicas sobre fidelidad conyugal y combate a las drogas y luego eran sorprendidos con prostitutas y consumiendo alcohol. Es lo que se llama desfachatez e incoherencia.
El correísmo inauguró una fase atípica de desmovilización de la sociedad ecuatoriana. Tal fue el nivel de expectativas de la revolución ciudadana que las calles, carreteras, plazas del país se quedaron por años prácticamente vacías y toda la iniciativa política se trasladó a la Presidencia. En gran medida, el monólogo vertical de las sabatinas capturó el imaginario de expresión política nacional por casi una década y la voz presidencial se arrogó representación total de las demandas de la sociedad.
La actitud con la que el correísmo actúa frente al sombrío horizonte de la economía es la del combatiente vencido que va a firmar la rendición sin querer ver ni aceptar la magnitud de la derrota y que no atina sino a repetir, como autómata enajenado, un mantra. En este caso el mantra es, como se escucha en foros y en la prensa, “pero este gobierno ha sido incluyente”.
El nuevo Impuesto a la Herencia ha puesto en debate el carácter del modelo político y económico del correísmo; la pregunta de cuál es el modelo de Estado que se ha construido en el Ecuador los últimos ocho años, que solo en las últimas semanas ha tenido necesidad de eliminar el aporte estatal a las jubilaciones de los afiliados, que forzó al Biess a apropiarse de las cesantías de los maestros y otros sectores; un Estado, queda claro, cuya lógica no es la de trabajar para los ciudadanos, sino al revés.
Luego de ocho años en el poder, el correísmo deja para el país una lección; evidente si no fuera porque por décadas hemos sido adoctrinados en el argumento contrario. Las sociedades modernas, por su complejidad y heterogeneidad, no cambian, no logran superar sus problemas y dar saltos cualitativos, desde arriba, por imposición, por la acción de élites o caudillos iluminados.
El significado gramatical que tiene el nominativo horizonte, indica que es la “línea aparente que separa a la tierra del cielo”; y, para ilustrar la vivencia ecuatoriana, serían las alturas en que está colocado el poder absoluto del correísmo para encontrar densos nubarrones que le obstaculizan visualizar a la creciente oposición. Esta corriente, el 19 de marzo 2015, ocupó las calles de Quito, en un ir y venir de gente comunicándose oralmente, o mejor aún, identificada por la necesidad de concluir un ciclo ya muy largo de ocho años, y al cual faltan todavía dos más, para que por fin, permitan al pueblo expresarse en votos presidenciales.
Te despiertas el 1 de enero contento, porque este año has decidido convertirte al correísmo. Vas a entregarte a la comodidad que supone estar del lado del que decide, del que tiene el poder y la chequera. Te dispones, dichoso, a "dejar la amargura", pero una y otra vez te boicotean la ilusión. No dan chance.
El panorama desolador de los grupos de oposición es otra consecuencia de estos siete años de correísmo.
Los voceros de Perfiles de Opinión, Paulina Recalde, e Informe Confidencial, Gandhi Espinosa, coinciden en algo: la población en este momento vive un alto nivel de politización.
En Venezuela, Hermán Escarrá develó un pacto de no confrontación que había hecho con su fallecido hermano Carlos, en enero.