Los participantes del taller de acuarela en las alturas se dirigieron a las torres de San Francisco, donde se encuentra el campanario. Foto: EL COMERCIO
Comprender los sitios emblemáticos de la ciudad de una forma diferente sí es posible. Así se demostró en el taller de acuarela en las alturas que se realizó en el convento de San Francisco, con el objetivo de brindar a las personas una experiencia de visita a los atractivos de la ciudad.
Este encuentro se realizó por primera vez este sábado, 1 de diciembre del 2018, para aprovechar las festividades por los 484 años de fundación de Quito. Más adelante se realizarán más talleres de este tipo.
La actividad consistió en un recorrido sensorial que hicieron los participantes por las instalaciones del convento. Ingresaron con los ojos vendados, mientras escuchaban cantos gregorianos y percibían el olor de un perfume que logró despertar todos sus sentidos.
Durante el trayecto, los promotores contaban a los participantes datos no convencionales sobre el convento de San Francisco. Por ejemplo, que las mujeres tenían prohibido ingresar a los claustros, les hablaron del aporte cultural de los franciscanos a la ciudad y los productos que trajeron desde Europa, con los que se elaboran dulces tradicionales y platos típicos.
Además, la experiencia sensorial incluyó la explicación de técnicas de arte que se encuentran en los pasillos de la edificación religiosa.
Gabriela Fernández, promotora del taller, indicó que la intención es que los ciudadanos comprendan que el arte quiteño aún se mantiene vigente y se puede vivir en diferentes espacios y de formas diversas.
Luego de probar dulces tradicionales quiteños, los participantes del taller de acuarela en las alturas se dirigieron a las torres de San Francisco, donde se encuentra el campanario. Allí recibieron una asesoría por parte del acuarelista Jhery Reinoso y crearon su propia versión del espacio que experimentaron.
Reinoso les explicó en qué consiste la técnica de la acuarela y guió a los participantes en el proceso de sus trabajos. El artista, proveniente del Museo Muñoz Mariño, consideró que esta técnica permite un encuentro “mágico y sensible con uno mismo”.
Una de las participantes de la experiencia fue Mónica Latorre, decana de la Escuela de Hospitalidad y Turismo de la Universidad de las Américas (UDLA). El taller le permitió conocer las “joyas escondidas de Quito”, como define al campanario de la iglesia de San Francisco, un rincón al que no había accedido, menos aún para experimentar como artista.
“Estar en las alturas me deja una sensación de libertad y de conexión con mi ser interno para elegir los mejores colores de mi acuarela. Más que usar la vista y la mente usé el corazón”, expresó la participante del taller.