Es cada vez un rompecabezas optar por un tema para reflexionar. No faltan temas, el país o el mundo están llenos de hechos y fenómenos que analizar.
Pero ¿cómo salir del acontecimiento, de los hechos inmediatos de la noticia para ir a los fenómenos que no hacen epidermis y que no necesariamente se los ve? ¿Cómo ver lo que ellos nos dicen de la sociedad en que estamos o a la que vamos, sin aburrir al lector, sino convidarle un texto que aporte y no perder al lector?
Por momentos es mi angustia.
Ello es más complicado en Ecuador con la polarización reinante del por o contra Correa, alimentado por el Gobierno y por la respuesta de los oponentes.
La mayoría de lectores quiere que uno esté en esa guerra. El no estar en esta trampa, emocional y racional, sería una falta de compromiso social o político.
Si uno escribe una reflexión más compleja o abstracta del negro y blanco de la disputa, puede quedarse sin público, sin espacio para la columna.
Lo que no es pelea, puede volverse banal e innecesario. La tentación es ir al por o contra de definirse ante la disputa; más gallo de pelea, más lectores. El público espera eso y sin él, la reflexión o la crítica pierden sentido.
La sociedad de la polarización nos empobrece.
Es a lo mejor lo más crítico de Correa. Destruyó al movimiento contestatario que le apoyó; aunque sus ideas eran generales o simplistas o promovían transformaciones sociales por decreto, fue -sin embargo- una búsqueda de innovación política.
Correa las captó -igual miembros de su gobierno- y las tradujo en palabras que pretenden innovación, pero que no tienen el sentido del cambio colectivo, ni son un referente para la acción; solo promocionan lo que hace el Gobierno o maquillan lo arcaico.
Su consigna es cómo hacer para que la gente me siga, pues yo sé lo que conviene, sin gran respeto por los medios para ello, guardando el marco de democracia formal y cierto espacio de libertad de prensa, en los límites que su control impone, compensados por escándalos o desvíos de atención, para eso.
La oposición se encierra en ello.
La polarización devalúa la política, la vacía del derecho a la crítica y a la búsqueda de otros sentidos de pensar y actuar. Impone un no debate de fondo en nombre de la izquierda. Y hay gente de izquierda que es traductora de este poder.
Varios se incorporaron a él perdiendo su discurso –pensamiento y convicciones- y pretenden que lo dice y hace Correa. Aunque sea muy diferente a su discurso original, correspondería a los ideales del traductor. Una traición personal y colectiva.
Es una necesidad, entonces, afirmar el valor de la crítica y escaparse del empobrecimiento de la polarización, de cualquiera de los lados. El no moldearse a esta disputa y salir del acontecimiento es así nuestro desafío, con el riesgo de lo que eso implica. Es responsabilidad social y ética.