Condena

Sin duda, hay ocasiones en que ganando se pierde. Efectivamente, la severa sentencia impuesta a un periodista por parte de una jueza de la ciudad de Guayaquil, por el supuesto delito de injurias, en vez de conseguir la reparación de un bien jurídico lesionado, atenta contra principios básicos de cualquier sistema de justicia, lo que deja entrever la intromisión de intereses de otra índole en la función jurisdiccional. Así hubiese norma jurídica aplicable al caso: ¿se puede admitir que por una ofensa que se imparta en forma escrita, una persona pueda ser sentenciada a tres años de prisión?¿No existe  tamaña desproporción entre la conducta tipificada como agresión y la condena impuesta? Si se hubiese incurrido efectivamente en esa conducta, el personaje sancionado merece una pena tan drástica como si se tratase de un delincuente de la peor calaña, autor de varios crímenes, que reincide en prácticas delictivas? A todas luces no existe correspondencia entre la aludida comisión de la infracción y la sentencia impuesta. Peor aún si, como señalan especialistas de la materia, la norma con la que se quiere sancionar no aplica para el caso porque no se ha incurrido en ofensa a una autoridad pública. La sola duda planteada haría trastabillar todo el proceso que podría terminar en el archivo de la causa.

Pierde la sociedad y el país con una sentencia de este tipo porque revelaría que la justicia se estaría acomodando a la voluntad emanada desde una distinta función pública. Se podría percibir que el sistema normativo está al servicio de un aparato inquisidor que no admite críticas de ninguna naturaleza, con lo que el ejercicio de la libertad de opinión estaría seriamente lesionado. Se atentaría contra libertades básicas que han sido conquistadas a lo largo de la historia y que han sido características  de una sociedad en la que ha prevalecido la tolerancia.

Perderán a la larga quienes han impulsado este enjuiciamiento porque, más tarde o más temprano, la opinión pública percibirá que en este procedimiento ha habido abuso y ensañamiento en contra de un particular,  que pudo haberse equivocado pero que de ninguna manera merece una sanción de esa naturaleza, peor aún cuando la moderna doctrina penal pretende que se despenalice esta clase de conductas. La supuesta víctima se convertirá en victimario si se llega a confirmar y materializar la condena.

Por último, se irán ahondando los odios y los enfrentamientos hasta niveles al momento desconocidos. El país verá cómo se acentúan las diferencias entre grupos que defenderán este tipo de prácticas propias de un Torquemada y los que a toda costa piensen que no hay bien más valioso que la libertad. Pueda que en el intervalo los primeros se anoten a su favor batallas,  pero a la final la historia reconocerá la lucha de los que defienden las libertades como máxima conquista de la civilización y la humanidad.    

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