“Cuando el periodismo alce la voz, cuando la imprenta eche de sí rayos que aterren a los tiranos, cuando todos aprendamos a respetarla, adorarla y practicar su culto activamente, entonces diremos que somos libres e ilustrados, mientras no escribimos, somos ignorantes y bruscos hijos de la naturaleza; mientras no nos dejan escribir, somos gañanes clavados al terrón: la libertad mora en la imprenta; la pitonisa fuera de su trípode es una vieja repugnante, sin inspiración ni sabiduría.” Eso decía Juan Montalvo en “El Cosmopolita”, defendiendo su condición de periodista y “publicista”. Montalvo tuvo siempre una postura radical e inclaudicable. Consideraba al periodismo y a la literatura como una especie de ministerio sagrado de la palabra, que lo obligaba a la denuncia y al combate. Se enfrentó por ello a sucesivos gobiernos, especialmente a los de García Moreno y Veintemilla, contra quienes empleó los más duros términos, aunque siempre supo distinguir entre el genio y las eficiencia para las obras del uno, y el oportunismo y la esterilidad del otro.
Montalvo es el gran referente de nuestro libre pensamiento, no solo en el Ecuador, sino en América Latina toda, donde se lo consideraba ya un gran escritor desde cuando estaba vivo y combatiendo. Por ello, no se puede elegir un nombre más adecuado para un estímulo al libre pensamiento que el de don Juan Montalvo. Es buena noticia que la Asociación Ecuatoriana de Editores de Periódicos (Aedep), haya creado el premio con una denominación que invoca al gran Cosmopolita. No solo constituye una ratificación del compromiso por la libertad y el laicismo, sino que viene a ser también el reconocimiento de la fuerza de la palabra, del intangible poder de la razón.
Debemos recordar que al ejercer el ministerio de la palabra, Montalvo no solo se enfrentó a los gobiernos, también tuvo diferencias con otros intelectuales liberales. Y sobre todo con algunos editores de periódicos de entonces y varios de sus auspiciantes. Los consideraba temerosos, acomodaticios, dispuestos a ceder a presiones o a favorecer sus propios intereses. Y los encaró duramente.“Libertad de hablar sin libertad de pensar, no existe; a menos que tengamos la de publicar necedades, entorpecer los derechos del hombre y proferir vituperios contra los que toman por suya su defensa”, decía.
El premio debería expresar a ese Montalvo integral, que combatió a las tiranías y defendió la libertad de pensar frente al poder del Estado, y criticó también a la gente de la prensa, cuando consideraba que se no cumplía su misión. El premio debería ser un estímulo para los escritores y un compromiso para los medios, especialmente para la Aedep, que con este testimonio ha hecho un voto adicional de garantizar la libertad de pensar en todas sus dimensiones.