En el Centro Histórico de Quito se la ve parada en una equina. Tendrá apenas 19 años; es morena, de pelo cobrizo, delgadísima. Viste una licra y luce más alta gracias a unos zapatos con plataforma. A su alrededor pasa la gente despreocupada. Ella espera que alguien se detenga y pague por sus servicios para poder sobrevivir.