A juzgar por las señales que arrojan los hechos políticos de la semana el mapa electoral está todavía confuso, como dijo Paco Moncayo.
Y se dice todavía porque tal vez nos habíamos olvidado que en época preelectoral, y cuando por primera ocasión hay verdaderas posibilidades de proyectar un cambio luego de una larga y desgastante década perdida entre la polarización, el insulto y un modelo que hace agua, estos diálogos y encuentros deben ser normales.
Los cerrados defensores del status quo, ese esquema de concentración del poder impuesto que ya debe ser parte del pasado, que muchos no queremos que vuelva, se erizan al ver la foto de Guillermo Lasso con Salvador Quishpe, la de Jaime Nebot con Ramiro González y César Montúfar o la de Enrique Ayala y Paco Moncayo con Lourdes Tibán o Lenin Hurtado.
Olvidan muchos que en sus primeras épocas el Régimen tenía a Alberto Acosta y Gustavo Larrea, que ahora están cerca del Acuerdo Nacional por el Cambio (la tendencia del centro hacia la izquierda). Olvidan también que ayudados por los ‘tirapiedras’ del MPD, sacaron por la ventana a los diputados para investir a los anónimos de los manteles. Olvidan que con el discurso ambientalista pasearon por el mundo la tesis de dejar el petróleo bajo tierra en el ITT – Yasuní para ahora entregar una parte del santuario a los taladros y al extractivismo.
En democracia lo razonable es que distintas fuerzas políticas dialoguen, aunque sea para ventilar civilizadamente sus discrepancias, y procuren acuerdos mínimos.
La cita de Carrasco o Quishpe con Lasso a nadie debe espantar. es mejor, empero que las alianzas tengan coherencia política pero no siempre es posible. Si los colectivos definen candidaturas que arrastren a miles de votantes, mejor, no es positiva tanta polarización pero es natural después de que se ha querido imponer una sola verdad vertical, una sola visión de la política y la exclusión de los que piensan distinto, arrasada por la votación de los ‘alzamanos’, muchas veces sin suficiente razonamiento ni libre albedrío sino en pos de una disciplina partidista impuesta bajo pena de destierro.
Ahora es tiempo de superar la marca lacerante del caudillismo que nos ha marcado a fuego en nuestra historia y que ha impedido el fortalecimiento de las corrientes políticas e ideológicas, se ha querido cargar la alternabilidad y sepultar a los partidos en nombre de restregarles sus pecados, como si su existencia no fuera la sangre que nutre una democracia diversa, vigorosa, plural, debatiente y libre, que respete y canalice las corrientes del pensamiento contemporáneo y las múltiples visiones una sociedad donde el individualismo apenas se expresa en anónimos o lapidarios 140 caracteres.
Es hora de acuerdos comunes y la posibilidad de alianzas en segunda vuelta para reconstituir la economía, regenerar el tejido social y volver a dar luz al equilibrio de poderes y las libertades anuladas en esta década oscura que solamente se fulguró con profetas iluminados dueños de la verdad.