La celebración

En noviembre de 1959, el señor César Larrea, jefe de Información de Últimas Noticias, con la anuencia y el apoyo de los directores del vespertino y de EL COMERCIO, señores Carlos y Jorge Mantilla Ortega, tuvo la feliz iniciativa de organizar un evento masivo en homenaje a Quito, con motivo del aniversario de su fundación española, el 6 de diciembre, fecha que hasta entonces había transcurrido casi desapercibida.

Es así que en la noche del 5 de diciembre de ese año, víspera de la efemérides, se cumplió la primera serenata a la ‘Carita de Dios’, que sería la simiente de la gran fiesta, que pronto se convertiría en la más apoteósica del país y en la mejor oportunidad para rendir homenaje a nuestros ancestros, indígena y español, que dieron como fruto el mestizaje hispanoamericano, al que aportaron ambas culturas, con sus virtudes y defectos.

Hay voces que discrepan con el reconocimiento a los españoles que fundaron o refundaron esta ciudad indohispana sobre los vestigios humeantes de la antigua ciudad india incendiada por Rumiñahui, y hay historiadores que disienten sobre la fecha de fundación de la que hoy es la capital de los ecuatorianos. La Ministra de Cultura ha criticado hace poco que la sesión solemne del Ayuntamiento, a la que esta vez asistieron el Presidente y Vicepresidente de la República, el Presidente de la AsambleaNacional, etc., se haya realizado el 6 de diciembre y no el 1 de diciembre, aniversario de la “resistencia de Rumiñahui”.

Pero, como ya se ha dicho tantas veces, esta celebración fue instituida con motivo del aniversario de la fundación española de Quito el 6 de diciembre de 1534.

Otra expresión de discordia, que contraría el espíritu de unidad nacional, amor a Quito, cordialidad, respeto y civismo, que inspiró a los promotores de esta festividad, es la disputa por las corridas de toros, que constituyen uno de los actos centrales, de trascendencia internacional.

Tanto los defensores de los animales como los amantes de ese espectáculo son cada vez más radicales en la defensa de sus respectivas posiciones y disgusta a ambas partes la actitud salomónica del Concejo Metropolitano, que, mediante ordenanza, permite la lidia del burel, las banderillas y el uso de la garrocha y tan solo impide la muerte en público del animal, por lo cual debe ser ultimado por un matarife en el corral. Difícil, en realidad, una solución que satisfaga por completo a las dos corrientes.

Una de las críticas es que en actos como el de la elección de la Reina de la ciudad no se exalte la música nacional.

Empero, esas y otras divergencias y fallas resultan pequeñas ante la magnitud de la extraordinaria celebración, de la que deben extraerse nuevas lecciones y experiencias para aplicar los correctivos convenientes .

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