Para Carlos Rosero la pintura es inagotable. Un vehículo de comunicación que, a inicios de los años ochenta, le sirvió para mostrar el caos y el vértigo de la vida urbana contemporánea. A través de personajes como el burócrata, armó metáforas sobre la postración individual y social que se vivía en aquella época.
A pedido de Carlos Rosero, líder del Servicio de Neumología del Hospital Eugenio Espejo, y de Carla Zambrano, madre de una paciente con fibrosis quística.