Fidel Castro siempre odió la burocracia. Su revolución había que sentirla, amarla y defenderla hasta con los dientes si era necesario, no por la obligación de un contrato laboral con el Estado sino con el ardor que se profesa a un ser muy importante. Por lo menos esa fue la impresión que tuvo Jean Paul Sartre en la primavera de 1960, la cual quedó reflejada en la serie de artículos que más tarde se convirtió en el libro ‘Huracán sobre el azúcar’.