Quito, a pesar de su modernidad, sigue siendo ese pedacito de tierra que trata de alcanzar el cielo. Sus campanarios cantan todas las mañanas, acompañando a los ángeles.
El Pichincha, de vez en cuando, envía sus reclamos en forma de cenizas. El pueblo quiteño canta sus alegrías con un pingullo tristón o levanta su voz para sacar del sillón presidencial a indignos gobernantes.
Quito es una síntesis de misticismo, entusiasmo deportivo y la conciencia política del Ecuador, desde aquel 2 de Agosto de 1810 y del 24 de Mayo de 1822.
Tuve la suerte de nacer en el barrio de La Merced, en el Centro Histórico. Cuando era niño me encontraba rodeado de las iglesias La Merced, San Francisco y La Catedral, principalmente.
Mis vivencias se desarrollaron en el Quito antiguo y con todo el peso religioso que ello implicaba. Mis recuerdos me llevan a recordar estas iglesias, a jugar con mis amigos en la Plaza Grande, San Francisco, El Tejar, etc.
Por eso, mis primeras canciones fueron muy quiteñas. Recuerdo que cuando era niño apareció la interpretación ‘Esta guitarra vieja’, de Carlos Guerra. De ahí que mi iniciación en el canto fue con temas como este, con una quiteñidad profunda.
Antes de cumplir 20 años apareció el ‘Chulla quiteño’, que se convirtió en un himno de la ciudad. Todo el mundo lo cantaba.
También recuerdo que vivía a una cuadra de las antiguas oficinas del diario El COMERCIO, donde funcionaba Radio Quito. La estación transmitía mucha música nacional. Un verdadero símbolo de la ciudad.