La caída

Dos décadas atrás, sitiado por las protestas y la inconformidad, el régimen de la Alemania socialista, entre confusiones de quienes tenían bajo su control los puestos migratorios, permitía sin restricciones el paso de sus ciudadanos hacia el oeste, para en los hechos provocar el derrumbe de ese símbolo de la ignominia que por cerca de 30 años avergonzó a la humanidad entera. Había sucedido lo inesperado. 

La fatiga del régimen comunista, el malestar de la población, la desmoralización de los dirigentes y los signos de cambio que afloraban por todo lado, pusieron tanta presión sobre las autoridades del régimen totalitario, que simplemente el muro se desplomó. Sin violencia, sin disparos, con una fiesta colectiva donde confluyeron los habitantes de la ciudad dividida por décadas, se echó por tierra el experimento social impuesto por la fuerza que confinó y persiguió a sus oponentes, el cual dejaba una estela de atraso, pobreza y frustración. El muro había caído para resaltar aún más el triunfo de la libertad defendida desde Occidente. La derrota del totalitarismo y sus demenciales proclamas había sido absoluta.

Se erigían triunfantes las tesis que las democracias occidentales pregonaban y que tan alto estándar de vida había permitido alcanzar a los habitantes de los países que se adhirieron a ese modelo político.  Por otra parte, el experimento soviético con todos sus países satélites, que optaron por un modelo centralista con presencia omnipresente del Estado, donde se abolieron las libertades individuales y se anuló totalmente la iniciativa privada, se desintegraba presa de una crisis social y política que terminó arrasando con todo.

Las promesas devinieron en un tremendo fiasco. El socialismo había servido para el control efectivo de la población, en donde los beneficios del sistema los disfrutaban unos pocos casi siempre vinculados al partido único o a la burocracia dominante.  El ciudadano común apenas si  podía imaginar el estilo de vida que llevaba un trabajador de un país desarrollado, que en tierras socialistas simplemente resultaba inalcanzable. 

El sistema colapsó como toda gran mentira que se sostiene en falsas premisas. El régimen socialista había sido una gran farsa incluso para el control de la población, pues cuando el malestar afloró no hubo poder militar que fuese capaz de detener las ansias de libertad y de cambio. El modelo que fracasó en Europa se quiere emular en algunos países latinoamericanos. El resultado será el mismo: países organizados y con instituciones fuertes enfilados hacia el progreso, mientras los que abrazan tesis populistas abatiéndose en la descomposición y la pobreza. Sin embargo queda la experiencia que, más tarde o más temprano, los pueblos reaccionan ante los embustes separando la verdad de la mentira, exigiéndoles cuentas a los causantes de su ruina. Puede tardar, pero el momento llega…

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