Fragilidad. La primera sensación que dejan los extraños acontecimientos de los últimos días es de fragilidad. De fragilidad extrema. Es la vieja y ya crónica emoción de que en Ecuador casi cualquier gobierno puede desmoronarse por casi cualquier cosa. En buena parte gracias a la perversa pero eficaz campaña mediática del oficialismo nos manteníamos entumecidos y acostumbrados a la impresión de una falsa estabilidad y de un progreso quimérico.
Imprudencia. La segunda sensación es de imprudencia. Si el Presidente de la República no habría decidido resolver una crisis relativamente manejable por sus propias manos -literalmente- es muy posible que los eventos hayan sido menos dramáticos. El Presidente de la República se metió en la mismísima boca del lobo.
Censura. La tercera sensación es que el Régimen por fin implantó la tan codiciada y esperada censura a los medios de comunicación. El Régimen cedió a la tentación de controlar toda la información, de impedir la difusión independiente de noticias y de instaurar una cadena nacional “indefinida e ininterrumpida”. En resumen, una cadena perpetua al más puro estilo iraní. ¿Cuándo vendrá la censura del Internet?
Mar de fondo. La cuarta sensación es que la rebelión policial es apenas la punta del iceberg. Al final del día la autoproclamada revolución ciudadana podría no ser tan popular como comúnmente se cree y la gente podría estar cansada de la política de la confrontación, del insulto y de la crispación.
Personalismo. La quinta sensación es que la política del personalismo, del culto al líder -que las más de las veces raya en la genuflexión- es el tumor maligno de la democracia. Ningún sistema que funcione sobre la base de la concentración de todos los poderes puede ser bueno para la salud humana.
Prepotencia. La sexta sensación que dejan estos días de conmoción es que la prepotencia genera más prepotencia. Esta es una regla de oro. No se puede esperar una sociedad tranquila y reposada en un ambiente de constante agresión. Un Gobierno acostumbrado a ejercer el poder a empellones y codazos no puede esperar -ni exigir- respeto de las reglas.
Castillo de naipes. La séptima sensación es que no hemos podido evolucionar hacia una democracia madura, hacia una democracia no tutelada por las fuerzas del orden. Casi cualquier soplo nos regresa a los tiempos de los espadones, de los sables, de los triunviratos y de los cuarteles. También rezuma y retumba la sensación de que quizá, al final del día, somos una sociedad de ciudadanos ingobernables, adictos a los subsidios y a los bonos, dependientes hasta el cogollo de las rentas del petróleo.