Bolívar Alarcón hizo de su casa un museo de miniatura

 Redacción Siete Días

¿Cómo identificar a un coleccionista nato? Si habría una fórmula para revelar esta pregunta sería visitar la casa de Bolívar Alarcón. Tras la puerta que da a la calle, tres Tucson de distintos colores revelan el evidente interés por las series que tiene este doctor guarandeño de 51 años.

Y aunque esta imagen podría parecer tan solo una casualidad, la duda es despejada de inmediato al dar el primer paso en el interior de su casa.

Sobre las paredes, decenas de cuadros de las iglesias del Centro Histórico de Quito reviven  uno de los hobbies que Moncayo tuvo desde muy joven: la fotografía.

Luego de tomar mil fotografías, el médico mandó a un artista de El Ejido de apellido Cerón a pintar estos óleos. Algunos de ellos adornan su casa, pero   otros, por   cuestión de espacio, tienen que estar archivados.

El espacio siempre ha chocado con su pasión de coleccionista e incluso le ha costado algún disgusto con su mujer, quien no ha estado siempre de acuerdo con la intensidad con la que Moncayo practica esta actividad y ha mencionado alguna vez que la casa parece un museo.

¡Es verdad! Los cuadros no son su única colección. Un grupo de máscaras de distintos colores y formas que está colgado en línea llama la atención en lo alto de las paredes. Y en el segundo piso, una colección de cruces de madera sobresale en la pared principal.

Pero lo que más llama la atención son las vistosas vitrinas que se pueden encontrar en ambos pisos y que contienen   1100 autos, en su mayoría, aunque también tiene bicicletas, motocicletas y helicópteros en miniatura.

Los modelos a escala los ha conseguido en sus viajes, en locales y bajo pedido por Internet. Sus autos son su mayor orgullo.

¿Cómo nació esta afición en Moncayo? Él cuenta que desde muy chiquito tenía el gusto por coleccionar. A los 10 años fueron decenas de güillis-güillis (renacuajos) que guardaba en una tina. Los tenía de dos patas, cuatro patas, con cola y sin ella. Sin embargo, cuando su hermana notó que salían verrugas en el niño, le prohibió continuar con esa actividad. Más adelante coleccionó canicas y  llegó a tener cientos  de todos los colores, diseños y tamaños.

Luego fueron los CD:   llegó a tener unos  mil originales. También figuras de ancianos. La piratería y un robo a su casa hicieron que Alarcón abandone esa actividad.
No por mucho. El doctor no perdió el gusto por coleccionar y volvió a retomar este pasatiempo. Desde hace 15 años, Alarcón ha vuelto a armar sus series de vehículos, cuadros y cruces.

Su casa cada vez le queda más pequeña, pero  Alarcón asegura que sus queridas colecciones seguirán creciendo. El gusto por coleccionar lo han heredado sus hijos: el mayor tiene una serie de guitarras, mientras que el menor, otra de figuras de Dragon Ball Z.

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